Sangre, dolor y lágrimas

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La mirada de aquellos hermosos seres estaba desgarrada ante tantos sentimientos, por un lado, deseaban con todo el corazón lograr ser felices, pero, por otro lado, no podían sentirse más miserables al recordar que de hacerlo, estarían insultando la memoria de su hermana, de su mujer, de la madre de su hijo.

Nuevamente sus cristalinos ojos volvieron a encontrarse, solo para descubrir que aquellos besos y a la vez terribles sentimientos eran mutuos.

Gilliel se levantó de sus aposentos para tomar asiento en frente del que ahora recordaba tan ardiente como el hierro a fuego, era el amor de su vida.

- ¿Mamá alguna vez te contó sobre el dolor de ser como la voz? – Comentó el mayor.

- Mi nana solo me ah recitado su acertijo... - respondió Gilliel - ¿Cuál es el instrumento que se puede oír, pero no se puede... -

- ver ni tocar? –

Ambos cómplices de una sonrisa bajaron la mirada, hasta que la quijada de Gilliel sintió la firme mano de Thranduil, este la sujetaba a pocos centímetros de su rostro.

Narra Thranduil:

- Tu eres la voz que me calma, aun así... solo te puedo oír, me duele verte y no puedo tocarte... -

Un año más había pasado desde que tuvimos esa charla. Ya no nos hablábamos, pero yo escuchaba sus llantos en cada una de las noches desde que casi nos besamos. Quería morirme cada vez que recordaba ese sentimiento, quería cortarlo, quemarlo como si fuera una simple página, pero en realidad no quería, quería completar esa historia y darle el final más hermoso de todos.

Légolas seguía en su travesía, sabíamos que poco faltaba para llegar a Mordor y que él y Aragorn se dirigían camino a Gondor, eso al menos le daba algo de paz a mi ser, aun así, ya casi no podía conciliar el sueño.

La sonrisa que tanto amaba ya solo era un recuerdo, pues sus dulces labios solo formaban una mueca.

Durante las reuniones, fingir que todo estaba perfecto era un martirio, uno al que debimos acostumbrarnos, uno el cual la admiraba por poder disimular.

Un día más en el que me encontraría solo con mis pensamientos comenzaba, nada más que mundanas ocupaciones recargaban un nublado día en el que ni el mismo recuerdo de mi madre podría iluminar, como un ánima comencé a caminar por el palacio, Elay cargaba consigo mi corona, puesto que en realidad me estaba molestando demasiado.

- Déjala en mis aposentos, procura ser cuidadoso – mencioné, ya que honestamente quería estar solo.

Ya había olvidado cuando fue la última vez que recorrí el palacio solo para degustar con la mirada la belleza del mismo, a veces solo buscaba excusas para poder pasar por el cuarto de Gilliel y esta no era la excepción, aun así, debía conformarme con acariciar el pestillo de la puerta como si fuera a ser valiente para girarlo, pero algo dentro de mí me empujaba a no hacerlo.

Hoy era un día especial, hoy se cumpliría otro año desde que Elliel falleció y aunque me sentía melancólico, la tristeza de no poder tener a Gilliel conmigo era mayor y me sentía culpable por que así fuera.

Tenía una excusa, hoy giraría ese maldito pestillo, hoy volvería a escuchar esa voz solo para mí.

El cielo no paraba de regar el bosque y el clima parecía batallar consigo mismo, los violentos rayos dibujaban figuras sobre las claras paredes del complejo en el que estaban los aposentos de los reyes. Tomé sin miedo y con algo de esperanza aquel pedazo de oro labrado que nos separaba y tras girarlo tal fue mi sorpresa al encontrar la habitación completamente vacía, o eso creía, para mi suerte pude divisar que su espada estaba finamente colocada sobre un sobre de terciopelo rojo junto con su vaina y su capa, eso significaba que estaba en el palacio y me sentí aliviado de pensar en ello.

Ingresé a la habitación de Gilliel, no debía hacerlo, pero algo hizo que instintivamente me dirigiera a la mesa del centro de su cuarto.

Narra Gilliel:

Los días cada vez eran más pesados, ver a Thranduil se sentía como si alguien me clavara una punta afilada en el corazón cada vez más profundo y estaba llegando a atravesarlo. Fue el peor ciclo de mi longeva vida, me aterraba pensar en que las cosas continuaran así por siempre. Sentía una condena atada a mí, quizás no era mi destino ser feliz, quizás mi destino no era estar a tu lado. La existencia no era magnánima, todo se sentía en mi contra y cada vez dolía más y más.

Tras un largo año, este aniversario de la muerte de mi hermana se sentía aún peor, creía que quizás yo debía ocupar su lugar en el mundo de las sombras, poco a poco estaba fuera de mí.

Ya no hablaba con Elay, apenas si comía, mi mente comenzaba a perder la cordura en tanto no sabía que debía hacer. Rogaba por mi madre, por mi padre, por mi hermana, por él... pero ninguna estrella titilaba una respuesta. O al menos una que pudiese entender...

Me había levantado temprano aquella lluviosa mañana en la que tiempo atrás había perecido mi hermana. El cuenco de agua que tanto me ayudaba a volver a la existencia ahora siquiera se sentía como un beso de la nieve.

Apenas si noté la lluvia chocar con mi cuerpo al salir de la cúpula del palacio, la tumba de mi hermana seguía siendo tan bella como siempre y la blanca y esbelta estatua sobre ella tentaba a querer moverse. La fina pieza se sentía tan real que casi podía jurar que era ella, tan tremenda, tan elegante, con ese porte guerrero que solo Elliel podía llevar.

Las palabras simplemente no salían, estaba ahogada en mis pensamientos más oscuros, ya no me aterraba menguar. Sabía que no podría ser feliz.

- Debí ser yo antes que tú... Lo siento tanto hermana... no me odies por lo que haré... -

Narra Thranduil:

Tras de mí y casi escondida en el suelo, la deplorable figura de Gilliel retozaba envuelta en el llanto más desgarrador. Su silueta empapada se dibujaba en el cristalino suelo del complejo que conformaba su aposento. El amor de mi vida estaba apenas reconocible, sus ojos al rojo vivo, su cabello parecía una cascada, pero nada me prepararía para lo peor...

- Gilliel – mencioné aterrado al ir a levantarla. Con cuidado la tomé en mis brazos, estaba congelada y no respondía palabra. Un aterrador aroma tristemente conocido ingreso por mis fosas nasales y luego de colocarla en su cama observé con horror su pecho carmesí, junto con la daga que le había dado hace mucho.

Las gotas golpeaban el húmedo suelo... no podía ser verdad... no...

- Amor de mi vida no puedes dejarme... - comenté y luego comencé a gritar por ayuda.

- Siempre te amaré... por toda la eternidad... - fue lo último que dijo antes de cerrar sus bellos ojos.


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