C a p í t u l o: 8

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CAPÍTULO 8: LE DAMAS DU SILENCE

CAPÍTULO 8: LE DAMAS DU SILENCE

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¿?

"Lilith, mi querida Lilith.

Tus labios son tan llamativos que me encantaría quebrarlos hasta sangrar. Cuando me di la oportunidad de verte bajo los rayos del sol, tu mirada de hielo me dio el éxtasis más grande de mi vida. Sonriendo con malicia te ves como un puto ángel caído del cielo, que es capaz de arrancar tus órganos con su propio permiso. Tus garras solo se apoderan del cielo y el infierno cuando delineas tu boca con ellas.

Te imagino acorralándome mientras me desafías para hacerte atragantar con todas tus mentiras.

¿Qué hay en esos ojos Lilith?

Tu sangre huele a pasado y tu piel a cicatrices. Cómo me encantaría verte lloriquear mientras me súplicas que te mate a sangre fría.

Voy a deshacerme de todos, uno por uno, hasta que tengas que rogar por tu muerte".

Cuando terminé de escribir sobre la hoja escarlata, firmé la carta y la dejé sobre el compartimento de madera.

A G A R E S

15 horas sin ver la luz del día.

Me quemaban los músculos y ardían las extremidades. Abrí los ojos cuando el metal frío casi siseó sobre las quemaduras que tenía en la piel. El dolor de cabeza, a niveles febriles, me jodió el cerebro. Estaba cansado y con el humor a punto de explotar. Estaba durmiendo como la mierda, despertando cada dos horas porque las heridas me pasaban factura y la silla de metal era jodidamente incómoda.

—Permiso, buenas noches —rio una voz masculina, repleta de sarcasmo e ironía.

No contesté.

Los ojos azul cobalto se burlaron de mí antes de desaparecer a mi izquierda. Oí cómo abría el supuesto armario mencionado por Lilith varias horas atrás.

«¿Cuántas horas llevaba aquí dentro?»

El pelinegro dejó vendas, analgesicos, agujas de sutura y otros suministros en una mesa metálica que habían colocado junto a mí en algún momento que no llegaba a recordar. Observé su reloj en la mano derecha, que marcaba algo así como las ocho y, supongo, de la noche. Metió una mano en su bolsillo y desapareció detrás por detrás de mi asiento, hasta que las exageradas cadenas me soltaron las extremidades y volvió a estar frente a mí.

—Sigue siendo veintiuno de agosto, has pasado unas catorce o quince horas aquí dentro —habló con neutralidad, a diferencia de su tono y mirada hace dos minutos atrás.

Tampoco dije nada.

Se acercó a alejar las cadenas de mi cuerpo, porque el cansancio y la sed apenas me dejaban moverme. Tomó una botella de agua y unos paños para limpiar la zona y vendarla. Un gruñido brotó de mi garganta ante el dolor de las ampollas que tenía en la piel.

A N A R Q U Í A ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora