C a p í t u l o: 40

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CAPÍTULO 40: "DER TANZ DES TODES"

CAPÍTULO 40: "DER TANZ DES TODES"

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—¡Te ves magnífica!

Mi sonrisa no flaqueó, al contrario, se extendió por completo.

Su traje negro también brillaba, líneas delgadas de purpurina oscura seguían sus extremidades. Finas, demasiado pequeñas, filosas como la hoja de un cuchillo. Cubrió la mitad de su cara, una pequeña máscara que ocultaba el formato de sus ojos y nariz. Veía sus labios con claridad, su sonrisa extendida de oreja a oreja.

Las Damas se alejaron para hacer una reverencia a su señor y extender un espejo para que vislumbrara mi propio rostro. Cada marca y cada daño, completamente pulidos. Más viva que nunca, más muerta que ayer.

—Debería decir lo mismo, supongo.

Más viva que nunca, más muerta que ayer.

—Tan agridulce como siempre, reina mía —acortó la distancia, entrecerrando sus ojos, apagando su sonrisa al levantar mi mentón—. Estás sangrando.

Limpié los restos carmesí de mi nariz, una de sus Damas intentó limpiar la hemorragia lo antes posible. Significante a sus ojos estudiosos. Insignificante a la nada misma. Sus pupilas se ensancharon, abandonando el tacto sobre mi tez para enfrentar a la joven de ojos grises con un pequeño pañuelo en sus dedos ocultos.

—Ha sido mi culpa —sonreí, atrayendo su atención—, corté mi nariz con...

—Lárguense —sentenció.

—Sí, señor.

Las Damas salieron despavoridas, dejándonos a solas. Contuve cada músculo para no destrozarlo. Me mantuve estática. Dancé entre sus pupilas ahora diminutas, intentando respirar con calma. Una lágrima fría cayó por mi mejilla, reflejando debilidad.

—No me gusta para nada tu actitud —disminuyó la oscuridad en su tono de voz, deslizando sus dedos por mi mentón con cuidado—. No finjas conmigo, Lilith, es de mal gusto.

Intenté levantar el revólver de su bolsillo, deseando quitarle el seguro y... Detuvo mi mano enguantada.

—Haz que mi tiempo valga la pena —escupí.

La diversión volvió a sus pupilas.

Respirábamos el mismo aire.

Podía detallar cada pedazo de su piel.

—Así me gusta, querida —sonrió—. La huelga de hambre me estaba aburriendo por completo —rodó los ojos—, y no soportaba que Forest volviera a ponerte los labios encima para que cedieras.

—Estás enfermo.

—No tanto como tú, mi reina. Ahora, vámonos, tenemos cosas que hacer —asintió hacia la puerta de salida, soltando mi muñeca—. Tengo mucha información para ofrecerte..., a cambio de un pequeño favor.

A N A R Q U Í A ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora