Nueva semana en la oficina y, por fortuna, parece que el lugar ha recobrado la normalidad tras la presentación de Ian como nuevo socio quien, para tranquilidad de Chiara, no ha vuelto a ser visto por el edificio desde entonces.
El ambiente está más tranquilo aunque el ritmo de trabajo sigue siendo frenético, esto se debe en parte al considerable aumento de la cartera de clientes (seguramente relacionado directamente con el trabajo de Ian) pero también a que la plantilla se ha visto sensiblemente reducida con la llegada de las vacaciones de verano. La mitad del personal se encuentra disfrutando de esos días libres, cosa que no aplica a los becarios que en estas últimas semanas de contrato ven sus funciones multiplicadas debido a la disminución de plantilla.
Chiara se ha pasado los últimos días encerrada en la sala (más bien zulo) de archivos, buscando y organizando documentos y esta mañana todo apunta a que será una copia de las anteriores por lo que llena su taza con el horrible café de la máquina de la oficina, se coloca los AirPods y se mentaliza para sumergirse en el mar de papeles que tiene sobre la mesa, intentando encontrar algún tipo de orden en aquel caos.
Tan concentrada está que ni siquiera oye cuando alguien abre la puerta y entra en aquella habitación apenas más grande que un vestidor. Mientras pasa páginas y páginas de aburridos dossiers se entretiene cantando sus canciones favoritas y no repara en que hace un buen rato que alguien la observa tras ella, a escasos pasos de distancia.
Su teléfono comienza a vibrar y un aviso de mensaje entrante parpadea en la pantalla.
«Veo que cantar se te da casi tan bien como moverte en la pista... O en la cama»
Mira una y otra vez el mensaje que aparece frente a sus ojos. No hay duda de que el emisor es Ian pero ¿cómo podía saber lo que está haciendo? ¿Acaso... ? El contacto de una mano sobre su hombro la sobresalta e interrumpe sus pensamientos y le hace levantarse de golpe. Al volverse se encuentra de frente con él, sus rostros apenas separados por un par de pasos y sus ojos vibrantes clavados en los de ella. Él estira la mano para apartar un mechón de pelo del rostro de la ayudante y ante ese simple roce en su mejilla Chiara siente una descarga eléctrica que le hace contener por un instante la respiración. Casi de inmediato, reacciona apartándose de él pero la mesa que tiene detrás le impide alejarse más que un par de pasos.
—Perdona, no pretendía asustarte ¿te interrumpo? — la intensidad de su mirada sigue poniendo a Chiara nerviosa y apenas lo mira mientras asiente—. Solo pasaba por aquí para saludarte y preguntarte qué tal lo pasaste el otro día, estabas en un concierto ¿no? —de nuevo ella asiente sin hablar —. ¿Sabes? Tenía ganas de verte y me llevé una decepción cuando me dijeron en el Lux que no estarías esa noche allí. Creo que la última noche no nos despedimos como debíamos y el otro día no tuvimos demasiada oportunidad de hablar.
Los ojos del abogado recorrieron su rostro y bajaron por su cuello hasta pararse en el escote de la camisa, que ahora se le antojaba más pronunciado de lo que recordaba cuando se la puso esta mañana. Chiara puede sentir cómo su pulso se acelera ante la mirada penetrante de Ian pero su mente reacciona haciendo saltar todas las alarmas y recordándole que aquel no era su apartamento ni el Lux y que en este momento no eran Ian y Chiara: están en la empresa de la que es socio y, como tal, allí no son más que jefe y empleada.
«—Hay que ver lo bien que le sienta el traje.»
«—Calla, conciencia, no me estás ayudando.»
«—Ya me callo pero te recuerdo que solo digo lo que piensas, por algo soy tu conciencia.»
—Buenos días, señor Miller —comienza a decir tratando de disimular los nervios que disparan sus pulsaciones— Perdone, no lo oí entrar. Si me disculpa, aún tengo mucho trabajo que hacer y no tengo tiempo de pararme a charlar.
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Déjame volar [+18] ©
RomanceLa vida de Chiara por fin parecía ser la que había imaginado. Había salido de una relación asfixiante, tenía trabajo, había dejado al fin la casa de sus padres, tenía a su mejor amiga y todos los hombres que quisiera. Nada podía salir mal. Entonces...