CAPÍTULO 34

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     Las vacaciones estaban siendo maravillosas; Gran Canaria es una isla preciosa, sus playas son espectaculares y la gente es increíblemente amable, parecen estar constantemente de buen humor.

     —Tía, es que es normal. —aseguró  la rubia— ¿Quién podía estar de mal humor viviendo en el paraíso?

     Y es que sí, Sandra tenía razón y aquel lugar parecía sacado directamente de uno de sus mejores sueños. Los primeros días los han pasado descubriendo playas y pequeñas calas y están seguras de que, si les preguntaran, serían incapaces de elegir cuál les gusta más porque todas les están pareciendo espectaculares. Lo único "fijo" en su recorrido es que suelen acabar en Maspalomas ya que allí el nudismo está permitido.
     Sí. Sandra al final se salió con la suya y convenció a su amiga para que se desnudara en la playa.

      —Pero ¿qué más te da? Si de todas formas ya haces topless ¿qué diferencia hay entre llevar el tanga o no? Tampoco es que cubra demasiado... Además, que aquí no nos conoce nadie, cariño ¿Qué mejor lugar para hacerlo?

     Sí, todos argumentos válidos y de mucho peso ¿verdad? Pues ahí está ella, como su madre la trajo al mundo, tratando de que la toalla se mantenga en su sitio para no tener que estar sacando arena de sitios "poco decorosos".

     —Recuérdame en qué momento decidí hacerte caso. —protestó la morena mientras trataba de darse la vuelta sin acabar rebozada cual croqueta.

     —En el momento que viste lo bien que te queda ese minivestido blanco sobre tu piel dorada sin que se vea ninguna horrible línea blanca.

«—¡Touché

     Al mediodía, regresaban al hotel para almorzar y luego, según lo cansadas que estuvieran, o se quedaban en la piscina o bajaban a descubrir otra playa o a conocer el pueblo. Así hasta que se ponía el sol y regresaban para cenar y arreglarse porque por la noche, sí o sí, había fiesta. Y es que siempre había un local donde acudir o un sarao que no se podían perder y las dos amigas estaban más que dispuestas a exprimir cada minuto que pasaran allí.

     En estos días han conocido un montón de gente, extranjeros en su mayoría, con algunos incluso les era imposible comunicarse ya que no hablaban inglés o francés, los dos únicos idiomas en los podían defenderse aparte del español, pero ni eso les frenaba ya que, a ciertas horas de la noche y con algún que otro mojito en el cuerpo, la diferencia de idiomas se vuelve irrelevante cuando el lenguaje de los cuerpos se hace universal.

     Otra cosa que se ha vuelto una constante desde que aterrizaron en su destino es el hecho que de no ha habido una sola noche en la que Sandra haya acabado regresando sola a la habitación (propia o ajena); y es que parece que la rubia se ha tomado a pecho eso de conocer otras culturas y, a este paso, está a un ligue de que la nombren embajadora de relaciones internacionales de la isla.

     Tampoco es que Chiara esté haciendo méritos para entrar a las Clarisas precisamente pero, al contrario que Sandra, quien parece querer batir el récord de mayor número de lenguas extranjeras conocidas (y no, no hablamos del idioma), la morena había desarrollado un particular gusto por el país transalpino o más concretamente por dos de sus habitantes.

     Y es que, tras aquella primera e inesperadamente tórrida noche en la isla en la que los tres intercambiaron algo más que el número de teléfono, Lucca y Piero se habían convertido en compañeros de vacaciones extraoficiales de las chicas, acompañándolas casi cada día en sus paseos por las playas y sus noches de desenfreno y sí, Chiara había vuelto a caer en el embrujo italiano más de una vez, juntos y por separado.

Déjame volar [+18] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora