CAPÍTULO 35

1.6K 67 14
                                    

     Furiosa y frustrada... Y caliente (para qué negarlo). Así se encontraba Chiara cuando, tras recolocar su vestido, salió del almacén dispuesta a decirle cuatro cosas al abogado. ¿Quién se creía que era para venir hasta allí y montar semejante teatro? ¿Acaso pensaba que podía aparecer cuando le viniera en gana y hacer con ella lo que le apeteciera? ¿Se creía tan irresistible como para que ella dejara lo que estuviera haciendo o con quién solo porque él aparezca?

«—Al parecer sí.»

«—¡Sshh! Tú a callar.»

     Con la rabia acrecentándose por momentos, salió del oscuro cuarto en dirección a la sala de baile y, a pesar de que solo había tardado unos segundos más que su jefe en salir, no había ni rastro de este; era como si literalmente se lo hubiera tragado la tierra. 

     A quien sí vio fue a Lucca, libre ya de su recauchutada compañía. El chico miraba hacia todas partes con gesto de preocupación; probablemente la estuviera buscando y pensara que se había largado. Atravesando la marea de gente enmascarada que inunda la pista, se acercó hasta el italiano; en el momento que este advirtió en su presencia, una mueca de alivio se le instaló en el rostro. 

     —¡Dolcezza! —exclamó elevando los brazos en dirección a la muchacha—. ¡Qué bueno que te encuentro! Ya temía que te hubieras marchado. 

     —Solo estaba echando un vistazo por ahí, como te vi tan bien acompañado quise dejarte espacio.

     Vale, era una mentira como un piano pero ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Decirle que su jefe había aparecido de la nada y ella había salido corriendo tras él con la esperanza de echar un polvo? Lucca ya había dado muestras de no ser el típico tío de masculinidad frágil pero incluso para él aquello se le antojaba demasiado. 

     —¡Oh! ¿Viste a la chica? — el gesto del muchacho se tornó en apuro—. Ha sido todo rarísimo; yo estaba esperando a que algún camarero me atendiera cuando la ragazza se acercó a mí y comenzó a hablarme de no sé qué y luego, literalmente, casi se me tira encima. Te juro que no sabía cómo sacármela de encima y, de pronto, tal como apareció, se fue. Entonces vi que no estabas en la pista y pensé que quizás te habías molestado. 

     —¿Molestarme? ¿Yo? ¿Por qué tendría que molestarme? Cariño, tú puedes irte con quién te apetezca, no tienes obligación de estar conmigo. 

     —Estar contigo no es ninguna obligación, amore. Ya te dije que soy un caballero y, como tal, jamás dejaría plantada a una mujer para irme con otra, además —añadió mientras le tomaba una mano y la aproximaba a su boca para dejar un dulce beso en el dorso— no hay en toda esta sala una mujer con la que me apetece más estar que con mi sirena de ojos marinos. 

     Chiara le devolvió el gesto con una sonrisa y, por un instante, aquella galantería le hizo olvidarse de su jefe hasta que el milanés, sin saberlo, se lo recordó de nuevo. 

     —¿Por qué tan seria, amore? ¿Ha ocurrido algo? —preguntó sinceramente preocupado al notar el semblante serio de la catalana. 

     —No, nada, no te preocupes. Solo he tenido un encuentro desagradable —se disculpó sin sonar demasiado convincente. 

     —¿Aquí? ¿Ahora? ¿Qué pasó? No me digas que volvieron a aparecer los padres de tu ex... 

     —¡Qué va! Pero, en serio, no te pre... 

     Un zumbido en la cadera la interrumpe. Es su teléfono vibrando dentro del pequeño bolso. Lo saca por si se tratara de Sandra y mira la pantalla de notificación. Un mensaje entrante. De Ian. 

Déjame volar [+18] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora