Chiara no necesitaba levantar la vista para reconocer a quién pertenece el pecho contra el que había chocado. Frente a ella, impecablemente vestido como siempre, se alzaba la imponente figura de su jefe.
Apoyado en el marco de la puerta, Ian la observaba desde arriba, aprovechando los centímetros de altura que le saca. En su rostro, una media sonrisa enmarca sus labios y un brillo enigmático acentúa el verde de su mirada.
El abogado regresa su teléfono móvil al bolsillo de la chaqueta mientras, sutilmente, va acortando la distancia que le separa de Chiara, avanzando apenas unos pasos pero obligando a la morena a retroceder dentro de su apartamento para mantener la separación entre ambos.
—¿Qué haces aquí, Ian? —le espetó Chiara clavando sus azules orbes directamente en los del abogado.
—Vaya, y yo que pensaba que mi mensaje había sido suficientemente claro —respondió él con total seriedad—. Estoy aquí para recordarte por qué estás deseando volver al bufete.
—¿Para qué? ¿Para que desaparezcas de nuevo en mitad de la faena y tenga que buscarme otro que acabe lo que a ti no te da la gana? Lo siento, pero que me dejen a medias no es mi nuevo pasatiempo favorito. — El tono de Chiara era desafiante.
—Eso no será necesario —le aseguró.
—De nuevo no, gracias; aunque te advierto que no me costaría demasiado encontrar a quien sepa complacerme, me bastaría con marcar el teléfono de Jesse y en 10 minutos lo te...
Antes de que pudiera terminar la frase, Ian se abalanzó sobre ella, cerrando su boca con un beso profundo, furioso, hambriento; pasando una mano por detrás del cuello de su empleada, sujetándola y evitando así que ella pueda apartarse.
Sin dejar de besarla con avidez, el letrado va avanzando hacia el interior del piso, obligando a Chiara a andar hacia atrás hasta que su espalda choca contra la pared del recibidor. Cuando ambos se encuentran dentro del apartamento, Ian cierra la puerta de una patada; su mano derecha continúa sujetando el suave cuello de la morena mientras la izquierda se aferra alrededor de su cintura, atrayendo el cuerpo de la chica hacia el suyo, quedando tan pegados que Chiara puede notar los agitados latidos de Ian retumbando en su propio pecho.
Cuando la necesidad de respirar fue más fuerte que las de devorar la boca de su empleada, Ian se apartó lentamente aunque sin soltar el agarre de sus manos en ningún momento. Con los ojos encendidos por el deseo y una evidente erección bajo sus pantalones, fijó la mirada en los azules ojos de Chiara para, enseguida, seguir bajando hacia sus labios, hinchados y aún enrojecidos por la furia de aquel beso y continuó descendiendo hacia el pecho.
Sonrió complacido al comprobar cómo el tórax de Chiara subía y bajaba rápidamente tratando de recuperar el aliento que le había sido robado, señal evidente de que, aunque su rostro pretende mantenerse indiferente y hasta enojado, su cuerpo la traiciona revelando cuánto le excita hasta el mínimo roce entre ellos.
—¿Qué crees que estás haciendo, Ian? — preguntó Chiara ni bien se recuperó de la sorpresa.
—¿Tengo que repetírtelo? Si quieres te hago un dibujo —respondió sarcástico.
—Conmigo no se haga el listo, señor Miller. —volvió a insistir— ¿A qué juega? Aparece cuando le apetece, juega conmigo como quiere, me excita y luego se marcha tan rápido como vino.
—Al menos reconoces que te excito —afirmó complacido.
—Creo que ese es un tema que no ofrece demasiado debate, es más que evidente lo que me provocas, pero ese no es el punto. No sé a qué estás jugando.
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Déjame volar [+18] ©
RomanceLa vida de Chiara por fin parecía ser la que había imaginado. Había salido de una relación asfixiante, tenía trabajo, había dejado al fin la casa de sus padres, tenía a su mejor amiga y todos los hombres que quisiera. Nada podía salir mal. Entonces...