11. Los Pensadores

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Me levanté de golpe por el sonido de unos gritos provenientes de un hombre.

—¡A levantarse holgazanas! ¡Tenéis trabajo que hacer!

Me desperté del todo, mirando hacia mi lado para ver a Lexie aún profundamente dormida.

Ni siquiera recordaba que ayer se quedó dormida a mi lado, y la verdad era que la necesitaba ahí siempre, cerca mío, y no solo para protegerla.

Le di suaves toquecitos en el hombro hasta que logré que abriera un poco los ojos.

El uniformado que no dejaba de gritar se paró al lado de nuestra litera, inclinándose a nuestro lado con un brazo apoyado en la cama de arriba.

—La parejita del sector.— dijo con diversión— Dejaos de mariconadas y levantaos si no queréis enfadar al jefe llegando tarde.

Después de eso se fue, dejándonos solas y esperándonos en la puerta de entrada.

El jefe y sus enfados me los pasó por el...

Me levanté, interrumpiendo mis pensamientos antes de ponerme agresiva y cargando la mitad del cuerpo de Lexie conmigo, obligándola a levantarse también conmigo.

—No quiero ir.— dijo aún medió adormilada a mi lado— No quiero volver a verle.

Sabía a quién se refería, y la verdad era que yo tampoco quería.

—Lo sé, pero algo me dice que si no vamos ya, vendrá y nos sacará de aquí a rastras.— le respondí en broma, pero con un toque de molestia.

Nos levantamos con cansancio por la falta de sueño durante la noche y llegamos hasta el guardia de la entrada, que comenzó a conducirnos a través de los pasillos.

Se me pasó por la mente el pensamiento fugaz de lanzarle un fuerte puñetazo y salir corriendo, pero no quería alertar a otros guardias y que tuviéramos una muerte dolorosa antes de tiempo.

Por lo poco que había visto, habían muchos guardias, incluso centenares, y de momento no quería que todos se pusieran en nuestra contra.

Volvimos a la oficina de Aledis otra vez, viéndole exactamente igual que el día anterior.

—Vaya, por fin habéis llegado.— dijo sonriendo— ¿Estáis listas para vuestro gran día?

Ni siquiera me molesté en contestarle esa vez, y pareció que eso, en vez de molestarle, le hizo gracia, porque su sonrisa aumentó.

—Vamos guardias.— seguido de eso se levantó y salió por la puerta con los guardias arrastrándonos de los brazos a sus espaldas.

Esos aires que se cargaba de príncipe y soberano de todos empezaban a molestarme.

Llegamos a unas grandes puertas de metal custodiadas por dos mujeres con uniforme después de recorrer unos seis pasillos y esperamos a que abrieran la pesada puerta.

Mis ojos no daban crédito a lo que veían tras aquellas puertas.

Una sala redonda enorme, podía jurar que incluso era igual de grande o más que toda la isla, con escaleras y rampas por todos lados para poder bajar más abajo o subir hacia arriba.

Estaba llena de personas, personas que estaban manejando unas máquinas extrañas.

Había una rueda gigante a un lado que tenía dentro a cinco personas corriendo sin descanso sujetadas por un arnés. Al otro lado había mujeres y hombres mayores moviendo unas palancas sin descanso, algunos muy mayores y cansados. También había varios grupos de personas controlando y manejando cables con suma concentración y cara de espanto, como si equivocarse significara una muerte inmediata, y los guardias sonriendo a sus espaldas daban a entender que era exactamente eso.

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