17. La trampilla

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Salimos por la puerta de detrás cuando mi madre estuvo lista, aunque un poco más rápido de lo normal, porque vimos uniformados aproximándose a lo lejos.

Era algo cómico vernos escapando a escondidas a las dos, sobretodo si te parabas a mirar que una cargaba con un bate de béisbol, y la otra con una mochila infantil y una cara de espanto impresionante.

Avanzamos hacia el oeste; el molino no estaba muy lejos de la casa de mi abuela, ya que fue la casa de su familia durante muchos años, y todos ellos se encargaban de trabajar el molino en aquella época.

Avanzamos entre la hierba, yendo a poca distancia la una de la otra.

Cabe decir, que nos giramos cada dos segundos, para ver si alguien nos había visto; aunque por mi culpa íbamos más lentas, porque aún seguía coja.

Llegamos al río, y yo me fijé en los tulipanes que, milagrosamente, aún seguían con vida, y me acordé de Lexie.

La echaba de menos, y me daba mucho miedo que Aledis pudiera hacerle algo, porque por mucho que fuera su hermano, él estaba allí abajo controlando a todos a su antojo, así que lo suyo no era la empatía.

Seguí avanzando, viendo ahora el río, lleno de basura y con el agua marrón oscuro por culpa del poco cuidado de la gente.

La orilla llena de plásticos y cristales, que en un pasado había sido una llena de ranas y flores bonitas, me dio bastante pena.

Al menos el campo de tulipanes se había conservado intacto.

A lo lejos me fijé en el número del molino, aunque de mucho no servía, porque era el único.

Llegamos a la puerta de madera, vieja e incluso rota en algunos puntos, pero cuando tiré de la manija redonda de latón macizo, no abrió.

—¿Qué vamos a encontrar ahí?— preguntó mi madre al ver que me pasaba el collar por la cabeza para quitármelo.

—Ahora lo averiguaremos.— introduje la llave en la cerradura.

La giré varias veces, pero no funcionaba, aunque encajaba perfectamente.

Me acaba de joder el momento de suspense.

Empecé a empujar varias veces y demasiado fuerte la llave, así que mi madre intervino en mi repentino ataque de agresividad.

No tenía mucha paciencia.

—Déjame a mí, vas a romperlo.— me apartó con cariño con la mano.

Agarró la llave y la giró una sola vez suavemente, abriendo la puerta de una vez.

—Ves, con agresividad, no ganas nada, la violencia solo lleva a más violencia, hija.

Me aguanté las ganas de contestarle mal, cambiando de tema.

—Entremos.

Pasé con agonía hacia el interior, queriendo saber lo más pronto posible lo que había, pero con la única y pequeña ventana que había, no entraba la luz suficiente como para ver algo más que sombras.

Me descolgué la mochila de un hombro para sacar la linterna negra que anteriormente había metido solo por si acaso.

Cada día me encanta más mi inteligencia para estas cosas.

La agarré fuerte con la mano y le di a la palanquilla de encender con el pulgar, iluminándome la vista.

Era una sala más grande por dentro de lo que se veía por fuera, llena de cajas de madera –probablemente de maíz– y polvo, mucho polvo.

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