24. Dos balas

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Mi primer impulso fue el de agarrar a Lexie de un brazo y escondernos, hasta que recordé que mi madre y mi abuela seguían arriba, expuestas ante un adolescente psicópata que no tenia pudor en matar a quien fuera que se interpusiera en su objetivo.

Contuve la respiración y me quedé petrificada, como si el más mínimo movimiento pudiera delatar nuestra posición.

El miedo me subió por la espina dorsal en forma de escalofrío, porque por mucho que estuviera acostumbrada a ello, siempre me sorprendía como una gran ráfaga de viento helada en Agosto.

Me atreví a desviar lentamente mis orbes verde oscuro hacia mi derecha, donde me topé con mi mejor amiga concentrada en alguna cosa de mi rostro, mirándome fijamente con el ceño ligeramente fruncido, como si estuviera esforzándose de más en algo.

—Tus barreras mentales no durarán mucho tiempo, hermanita.— la voz de Aledis sonaba opacada por las paredes de madera que nos separaban— Tengo a todo mi maldito ejército de camino.

Después de aquello, se escuchó una risita que ya empezaba a irritarme, y el miedo se transformó en otro sentimiento que empezó a llenarme por dentro y a inflarme los puños: la ira.

Concretamente, la impotencia, que necesitaba desfogar con su causante. Así que, con los ojos inyectados en sangre, le puse una mano en el hombro a Lexie al darme cuenta de que intentaba esconderme de él.

Por su expresión entre sorprendida y afligida, quizá le apreté demasiado, pero la ira acumulada salía sin control de mi y ya no podía ser retenida. Al menos, aquello pareció hacer que ella perdiera la concentración y que su campo de protección desapareciera, porque una nueva voz apareció en mi cabeza.

"Sabes que no tienes ninguna oportunidad contra mí."

Y aquella fue la gota que colmó el vaso.

Me acerqué a la gruesa puerta, aún atrancada, y la miré con furia. Sin siquiera haberme dado cuenta, estaba apretando demasiado los dientes, haciéndolos rechinar de una forma estridente tan fuerte, que era incluso extraño que no se hubiera partido alguno ya.

—Dhairya.— escuché a mis espaldas con una mezcla entre suavidad y miedo.

Mi mente estaba tan nublada por la cólera contenida que, como si de un movimiento automático se tratase, me puse de costado y empecé a darle golpes a la vieja madera con todo el brazo derecho, destrozándomelo en el camino.

Ni siquiera sentí una pizca de dolor, lo que habría sido lo normal al empujarme sin parar contra una superficie tan dura, pero no veía ni sentía nada; ni siquiera escuchaba los gritos que estaba pegando Lexie a mi espalda, desesperada por frenarme, pero el pitido en mis oídos era demasiado intenso.

Las astillas de clavaban en mi tríceps sin piedad, haciéndome sangrar y puede que, incluso, dejándome algún hueso roto por la potencia de los impactos.

Finalmente, la puerta se abrió con una de las trompadas, casi desencajándose del sitio, y yo ni siquiera me paré a fijarme en el desastre que acababa de causar a mi espalda.

Me tomé la molestia de girarme de perfil hacia el montón de botes de cristal que habían caído y estallado en mil pedazos debido a la fuerza con la que había sacudido la puerta para romperla y había afectado a todas las paredes, y pronuncié dos simples palabras hacia la horrorizada chica que se había tragado sus ganas de intentar tranquilizarme.

—Quédate aquí.

Caminé a paso ligero por el pasillo del barco hasta llegar a las escaleras que daban a la cubierta, por las que subí de tres en tres aunque mis piernas no fueran muy largas.

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