23. Esperanza

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Esperanza.

Un sentimiento que siempre me había parecido muy lejano a la realidad, como si siempre hubiera existido en las fantasías de la gente y nunca en el mundo real.

En la isla nunca había habido esperanza para nadie, desde pequeño crecías viendo a la gente correr despavorida del miedo, y a los demás perseguirlos con ganas, hambrientos de dinero y poder en una monarquía que había sido creada a base de mentiras y engaños.

Así que, por primera vez en mi vida, podía sentir ese sentimiento llenarme el pecho y provocándome una pequeña sonrisa.

Seguí mirando el barco, sin atreverme siquiera a moverme.

Solo desvíe mi mirada de él al notar a mi abuela girarse hacia mí con un dejé de orgullo.

Me sonrió, y yo aumenté mi sonrisa todavía más.

¿De verdad estábamos a punto de salir de aquel infierno?

Casi podría haber empezado a dar saltos de la emoción.

—Vamos, niñas.— dijo mi abuela intentando sacarnos de nuestra ensoñación— ¡Todas a bordo!

La alegría con la que habló hizo que todas soltáramos un gritito de emoción y corriéramos hacia el barco a la vez, casi chocando al intentar subir al mismo tiempo por la rampa de madera que conectaba el suelo de la cueva y el vehículo.

Estando a bordo, me sentí la protagonista de una buena novela de piratas, la capitana de un gran barco a punto de levar anclas y embarcarme en una gran aventura por los mares.

La madera crujía debajo de mis pies a cada paso que daba, diciéndome entre susurros ininteligibles que aunque fuera bastante viejo, aguantaría el viaje sin darnos problemas.

Ante las órdenes de mi abuela, empezamos a preparar el barco para partir, cada una enfrascada en una tarea diferente.

Mi madre, se subió por las redes viejas a comprobar cómo estaban las velas e izarlas con mucho cuidado.

Aunque cabe recalcar, que todo lo hacía con sumo cuidado, temiendo caerse desde tanta altura o romper algo y fastidiar todo el plan de huida.

Mi abuela, desde abajo, la animaba con alegría gritando cánticos y diciendo que lo hacía muy bien todo el rato, incluso moviendo los brazos y bailando un poco.

Le iba dando las instrucciones de que hacer cual animadora; hubiera sido incluso más gracioso que tuviera un pompón en cada mano.

Me reí con ganas al ver a mi madre tan nerviosa y a mi abuela tan feliz, pero sobretodo, me alegré de verlas juntas, porque no recordaba haberlas visto así de compenetradas nunca en mi vida.

Y sabía quién era el causante. Pronto no volveríamos a saber de él jamás, y sabía que aquello mejoraría las cosas.

Estaba convencida.

Mientras tanto, Lex bajó abajo a ver el estado en el que se encontraba la bodega, hallando un lugar perfecto para conservar toda el agua y comida. Así que, con mi ayuda, empezamos a bajar cajas.

—¡Cuidado, no te caigas!— le grité desde delante sin girarme por las cajas que cargaba.

—¡No me voy a caer, no soy tan torpe!— respondió de vuelta con irritación.

Aún así, al llegar al último escalón, se tropezó y tiró una de las cajas al suelo. Al menos ella no había caído de bruces al suelo, siendo aquello un milagro debido a la torpeza que tanto la caracterizaba.

Antes de que si quiera abriera la boca, ella hablo todavía más irritada.

—Cállate, no me he caído al suelo.— casi pude ver como le salía humo por la orejas al notar como me mordía el labio para reprimir con todas mis fuerzas una carcajada.

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