22. La cueva acuática

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Bajé la pistola a la vez que soltaba un suspiro de alivio.

—¿¡Ibas a dispararle a tu propia madre!?— exclamó ofendida.

—¡No sabía quién era!— dije defendiéndome, guardando el arma de nuevo en el cinturón de mi cadera.

Lexie salió de su escondite, también aliviada al no ver a guardias armados por allí.

—¡Pues fíjate bien!— me siguió regañando.

Mi abuela cortó la pequeña discusión que estaba a punto de formarse con un gesto de manos.

—No es momento para discutir— ambas agachamos la cabeza al escuchar a la mujer más vieja de la familia impartiendo orden— Tenemos que irnos.

Lexie, que había abierto la boca para hablar, se quedó congelada en su sitio, planteándose en si decir lo que tenia en mente, o callar ante el regaño de la anciana al igual que nosotras.

Sonreí cuando volvió a cerrar la boca y desvió la mirada a un lado, cohibida. Le hice una seña discreta con una mueca para que me mirara, consiguiendo tener su atención para poder alentarla a hablar sin decir palabra alguna.

Me dedicó una pequeña sonrisa y volvió a dirigirse a su objetivo anterior.

—¿Cómo habéis llegado hasta aquí sin mojaros?— le preguntó a mi abuela, vergonzosa.

Mi abuela quitó su cara de enfado para contestar.

—Pues por las escaleras.— dijo con obviedad, encogiéndose de hombros.

De repente pareció reparar por primera vez en la pinta que llevábamos las dos de haber sobrevivido al hundimiento de un barco.

—Ay hijas mías, ¿Habéis venido nadando?— sus ojos se arrugaron aún más cuando soltó una carcajada sonora que retumbó por toda la cueva— No tenéis remedio. Aún así solo ciertas personas conocen la entrada secreta a esta cueva, al menos por la superficie.

Le palmeó el hombro a la persona que tenía más cerca, que resultó ser mi madre, y entonces, se remangó la camisa y se crujió los nudillos.

—Manos a la obra, señoritas.

Se movió rápido por la estancia, mirando en las cajas que le interesaban y sacando las cosas que quería almacenándolas en sus brazos con dificultad.

Todas nos quedamos mirándola anonadadas, sin saber que hacer para ayudar.

Ella arrugó su viejo rostro al ver que solo ella se movía.

—¿¡Con lo jóvenes que sois y dejáis a la anciana a trabajar!?— dio tres palmadas fuertes en el aire que hicieron que saliéramos de nuestra ensoñación— ¡Moveos!

Todas reaccionamos a la vez y de igual manera, acercándonos a que ella nos llenara los brazos de cajas cargadas de todo tipo de cosas

Nos dio a cada una dos cajas, una para cada brazo, y estuve segura que de haber tenido más brazos, nos hubiera dado más cantidad de cajas cargadas de cosas.

Me paré un segundo a mirar lo que había en su interior, viendo bastante comida en conserva y botellas de agua en ellas.

Me sorprendió bastante al principio, pero luego todo cobró bastante sentido en mi cabeza, aunque no por ello mis preguntas se reducieron.

¿Cuánto tiempo de viaje haríamos hasta llegar a tierra firme? ¿Horas? ¿Dias? ¿Semanas quizá?

Y la más importante, ¿Qué nos depararía el futuro fuera de la isla?

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