25. Venganza

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Tenía la mirada borrosa y la mente en blanco.

Mis sentidos se habian vuelto inútiles, inservibles; todos menos uno: la oída.

Por ello, aunque no era capaz de siquiera moverme, escuché con claridad el gutural alarido de mi abuela y un estruendoso golpe seco.

Después, oí mi corazón acelerado, casi partiéndome las costillas, y el silencio.

Un silencio que, me hubiera gustado que durara para siempre, porque me hizo volver en mí, sintiendo como varias gotas de sudor helado resbalaban por el largo de mi espalda.

Al tomar posesión de mi cuerpo de nuevo, mi mirada enfocó primero a Aledis, que parecía haber sido estampado en la pared más cercana, intentando volver a ponerse en pie, teniendo que esforzarse en sobremanera debido al fuerte golpe que acababa de recibir.

Vi como, poco a poco, levantaba la mirada, y fue entonces cuando sus ojos se clavaron como dos puñales en mi rostro, aterrizados, para después redirigirlos a mi derecha.

En esa misma dirección se encontraba Lexie, con la cara partida de la angustia, los brazos extendidos hacia su hermano y la boca abierta de par en par, mirando fijamente delante de mí.

Mi magullado cerebro llegó a deducir que había sido ella quien, con su habilidad sobrenatural, le había mandado directo a darse de boca contra la pared de la cueva, dejándole además un corte, debido a las piedras preciosas de estas.

Yo seguía sin comprender nada, no recordaba siquiera como habíamos llegado a aquel punto y, por su expresión, temí completamente girar la cabeza y encontrarme con la terrible escena por la que mi abuela sollozaba en silencio y los mellizos parecían petrificados con las caras más horrorizadas que había visto en mi vida.

Ahí fue cuando recordé. En mi mente vi como un destello el pasar de imágenes de las recientes escenas que tan velozmente habían sucedido en tan poco tiempo, y llegué al final, en el que visualicé desde mi punto de vista como había pulsado el gatillo apuntando directamente hacia Aledis y este sujetaba un arma presionada en la sien de mi madre.

Poco a poco fui consciente de que, a parte de estar temblando de pies a cabeza por los caminos que estaban tomando mis conclusiones, aún seguía sujetando con ambas manos la pistola que, justo en el momento en que la sentí, se me resbaló y cayó al suelo.

El sonido que se escuchó cuando llegó a mis pies, hizo que moviera el cuello tan rápido que este crujió en un sonido sordo que solo yo pude escuchar. Enfoqué la escena, ahora con total claridad.

Visualicé a mi madre, en el suelo, con los ojos abiertos y un agujero rojizo en medio de la frente. Y sangre, mucha sangre.

Mis ojos se abrieron todavía más, tanto que empezaron a doler, pero aquel hecho lo ignoraba completamente teniendo a la mujer que me había engendrado tirada a cinco pasos de mí, sin vida en los ojos y con el pelo empapado del líquido carmesí.

Me desplomé, cayendo se rodillas y chillando, o al menos, eso creo que sucedió, porque ya no podía oír nada, pero sentía como mi garganta se quemaba cada vez más, dejándola completamente en llamas.

No paré para coger aire ni un segundo, simplemente seguía consumiéndome en la tristeza y la impotencia de no poder hacer nada al respecto, porque nunca podía, era una inútil.

Cuando, supuse, me quedé sin aliento, mi cabeza se giró hacia la única persona que había empuñado un arma además de mí, mirándole con los ojos profundamente inyectados en rabia.

Además de haber asesinado a una mujer inocente, esa había sido mi propia madre. Ni siquiera era capaz de mirar su cuerpo inerte y cada vez más pálido.

—Le has disparado.– mi voz fue débil y ronca debido a los cuarenta segundos que había estado rompiéndome en frente de todos en la sala, pero totalmente audible– Le has disparado y además sigues vivo.

Mi cabeza seguía totalmente en blanco, sin lograr captar del todo la situación que parecía totalmente surrealista. Pero, después de varios segundos y un silencio por parte de todos como respuesta, volví a hablar, esta vez con más potencia.

—Tú le has apartado de mi trayectoria.— me giré hacia la chica de la que llevaba enamorada toda mi infancia, mirándola con un semblante horrificado, incluso cínico.

—Yo...

—¡Has permitido que el sociopata de tu hermano matara a mi madre!— la corté abruptamente, vociferando sin control— ¡Si no hubieras intervenido ella seguiría con vida!

Aledis, por primera vez, sintió miedo, e intentó echarse hacia atrás, chocándose con la pared en el camino.

Y yo, repetía en bucle una sola palabra en mi cabeza a la vez que golpeaba el suelo con ambos puños, provocándome heridas y quizá alguna rotura.

Había perdido plenamente el control de mis actos y mi razonamiento lógico, porque simplemente no podía aceptar que, a parte de acabar de perder a mi madre, mi mayor pilar en la vida acababa de traicionarme.

Culpaba a Aledis, culpaba a mi padre y culpaba a Lexie y culpaba a todos los demás. Aunque en realidad, muy en el fondo, me culpaba a mi misma por no haberlo predecido, por no haber sido suficiente y, sobretodo, por haber vuelto a perder y dejarme llevar por mis sentimientos y confiar en alguien que claramente no estaba de mi parte.

Así que seguí despotricando a cabo suelto una gran cantidad de reproches y amenazas a ambos hermanos mientras ellos hiperventilaban y casi sollozaban.

Estuve en en suelo únicamente soltando barbaridades por la boca, incapaz de moverme aún del shock por la sensación de que mi cuerpo era demasiado pesado. Y sabía con lo que cargaba: la culpa y la derrota.

Hubiera podido estar indefinidamente allí, negándome a aceptar la situación pero, sé que en algún momento varios uniformados irrumpieron en la cueva, porque sentí como entre varios intentaban sujetarme a la fuerza.

Les di bastantes problemas, retorciéndome con violencia y aún soltando alaridos de pura cólera que ni siquiera yo misma entendía.

Amenacé a Aledis de muerte a voces delante de todo el mundo, y a Lexie le juré una tortura lenta y sumamente dolorosa por su estocada por la espalda.

Recuerdo cesar mi habla y mi resistencia a los hombres que me sujetaban al visualizar a mi padre mirando fijamente al final de la cueva, donde yacía su querida esposa asesinada por su mano derecha.

¿En que momento había llegado él allí?

Se giró en mi dirección nada más notar mi silencio, mirándome impasible mientras sus guardias me arrastraban fuera de la estancia.

Su sonrisa fue lo último que vi antes de caer en la inconsciencia por un golpe con la culata de algún arma en la sien.

———
Me ha quedado un pelín corto pero algo intenso, concluyendo así el final de esta historia que tanto me ha gustado escribir<33 PERO EH, no me pongo dramática aún, que falta el epílogo en el que mencionaré si habrá segundo libro o no;)

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