3. La casa de arriba de la colina

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La casa de arriba de la colina. la que estaba más arriba en la ciudad, y la que causaba más terror a toda la población.

Las típicas bromas e historias de terror que nos inventábamos en Halloween para meter miedo a los niños más pequeños, ya no me causaban ni una pizca de gracia. Estaba a punto de averiguar por mi misma lo que le pasaba a los atrapados allí dentro, y no quería hacerlo, porque estaba más que claro que iba a morir. Hacía no tantos años, me hubiera dado bastante igual, creo que incluso hubiera dado las gracias, pero en esos momentos solo sentía miedo puro. La muerte siempre había sido un tema complicado para mi persona.

Durante el trayecto me resistí bastante, pero no pude contra el panadero sediento de dinero cuyo nombre ni siquiera recordaba, así que el cansancio de toda la carrera acabó por ganarme y subimos la cuesta en silencio. Él arrastrándome a mí, claramente, porque no pensaba gastar más energía inútilmente. No estaba dispuesta a llorar, no delante suyo, al menos me quedaba la baza de conservar la dignidad.

Me fijé entonces en un largo cable que iba desde el poste de abajo, hasta arriba del todo, conectando...¿la electricidad? ¿Aquella vieja y desgastada casa funcionaba con electricidad? Ni siquiera me había percatado nunca de aquello, supuse que solo quería pensar en cualquier cosa en vez de a dónde me dirigía. Así que hice lo que mejor se me daba: analizar todo tipo de cosas innecesarias para desconectar la mente algunos segundos de la realidad.

Mientras subíamos pensé también en muchas cosas, incluso de aquella vez en la que sin querer mi madre envió una carta que le hice al profesor que más odiaba pero obviamente que no iba a enviar nunca y el día siguiente me lo pasé roja de vergüenza; por no hablar de la bronca que me llevé de la directora. Desde aquel momento mi madre tuvo la entrada a mi habitación prohibidísima; al menos mientras yo estuviera en la casa y pudiera vigilarla.

También pensé en Lexie, me preguntaba si ella estaría bien en aquellos momentos. Había perdido a mucha gente, y ahora también me perdía a mí. Solo esperaba que su gato la cuidara tan bien como yo lo hacía en mi ausencia.

Lexie Elle Russell (o mejor Lex, ya que odiaba bastante su nombre completo), mi mejor amiga desde que tenía memoria y la única que me había apoyado de verdad a parte de mi abuela, sí, definitivamente la echaría de menos.

Al ir por la mitad de la cuesta me llegaron algunos recuerdos de mamá, recuerdos bonitos que compartía con ella y su arte al hornear galletas; pero cuando mi padre apareció en mi mente, bloqueé la memoria a largo plazo, como siempre lo hacía.

Cada vez quedaba menos para llegar a mi destino final y, con una pequeña sonrisa, se apareció mi abuela en mi mente:

—Así no es como se hace, antes de atar el nudo tienes que pasarlo por todos los agujeros.— me dijo con paciencia.

—¡Sigo sin entender la gracia de aprender a coser!- le repliqué, ya harta de que me saliera mal todo el rato.— ¿Para qué tengo que saber? Si se me rompe algo simplemente te lo traeré y tú lo coserás.— por ese comentario me llevé un manotazo en el hombro de su parte.

—¿Y cuando yo no esté qué harás, eh?

—Tú vas a estar siempre.

Sin querer se me resbaló una lágrima por la mejilla.

Ojalá lo que dijo mi yo del pasado se hubiera cumplido, ahora lo único que quería era volver a su casa y abrazarme a absolutamente todo lo que encontrara hasta que llegara ella de hacer la compra en el mercado.

De repente el hombre que me arrastraba a su lado paró, y yo realmente no quería levantar la mirada, no quería enfrentarme a mi peor miedo del momento; pero lo acabé haciendo, muy lentamente.

El buzón sin letrero, la puerta de madera antigua, las plantas secas del porche, todo era igual a las historias de miedo que para mí empezaban a cobrar vida. Excepto el timbre, ¿quién se inventó que tenía forma de calavera? Era un simple timbre, muy parecido al mío de hecho, aunque justo antes de que mi padre lo rompiera golpeándolo con un bate de béisbol. 

Mi padre y sus aficiones, qué remedio.

Me hizo entonces subir las escaleras del porche y ahí fue cuando empecé a temblar. Un escalofrío me recorrió entera de arriba a abajo, y ya no era tan valiente, quería taparme con mis suaves sábanas y llorar toda la noche hasta que llegara Lexie a decirme que todo saldría bien. Pero eso ya no era posible.

El hombre acercó su dedo al timbre y tocó tres veces. De repente estaba hiperventilando, no podía respirar, cada vez que cogía aire sentía como si no estuviera inhalando absolutamente nada, aunque dejé de siquiera intentar hacerlo cuando oí un sonido.

Al otro lado de la puerta se escuchaban pasos lentos que se iban haciendo más fuertes e imponentes a medida que se acercaban a nosotros. Por la mirilla antigua se asomó el ojo más brillante y terrorífico que había visto en mi vida. Me mordí la lengua para no ponerme a vociferar descontroladamente.

—¿Quién es?— preguntó. Era una voz de mujer anciana muy áspera, como enfadada, y eso solo me asustó más.

—Traigo a la chica de hoy.— dijo el hombre a mi lado con un deje de orgullo.

Yo no podía reaccionar ante la situación en frente mío; tenía los ojos tan abiertos que empezaba a preocuparme que se me salieran de las cuencas y rodaran colina abajo.

La mirilla se cerró de nuevo y se escuchó el sonido de al menos una docena de cerrojos siendo abiertos desde dentro. Y de repente, la puerta se abrió lentamente, mostrando a la mujer que había hablado anteriormente ante nosotros.

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