18. Un cuento

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De repente, estaba con un arnés puesto sobre el torso, llevaba un cinturón de armas que no sabia usar en la cintura y una mochila a mi espalda.

Me encantaría poder haber dicho que no tenía miedo, pero habría mentido, aunque nunca lo hubiera confesado en voz alta.

—¿Preparada hija?— asentí con la cabeza con decisión, aunque tenía un nudo en la garganta.

Tenía un muy mal presentimiento de todo aquello, pero me lo tragué junto al nudo en la gaganta; necesitaba ser valiente.

Pareció que ya iba a empezar a bajarme, pero paró un momento antes de darse la vuelta.

—Ten cuidado.— me dijo con cariño y preocupación entremezcladas— No dejes que te atrapen.

—No lo conseguirán.— dije.

Mi madre besó mi frente, se dio la vuelta y salió afuera del molino sin mirar atrás.

Habíamos atado la cuerda del arnés a un árbol que había en los alrededores del molino y mi madre se encargaría de ir soltándola desde arriba, para que yo no cayera abajo en picado.

Al ver que la cuerda empezaba a soltarse un poco, me coloqué con las piernas en una de las paredes y empecé a descender poco a poco, escalando la pared hacia abajo.

Habíamos quedado en que llevaría armas en caso de necesitarlas, aunque la única que conocía era el cuchillo. Llevaba la cajita llamada "taser", un "spray pimienta" y lo que llevaban todos los guardias con forma de L.

El "spray pimienta" debía de ser peligroso, o aquello suponía, porque si no hubiera estado en aquella pared junto con el resto de armas peligrosas, hubiera dicho que era un condimento para la comida.

Mi madre no lo sabía, pero llevaba un cuchillo más pequeño escondido dentro de la bota.

A medida que descendía, iba notando más y más la humedad de aquel sitio.

Lexie se hubiera quejado de que se le encresparía el pelo.

Cada vez veía menos, aunque no sacaría la linterna de la mochila hasta que estuviera abajo a menos que quisiera perder el control del arnés y tener una caída mortal.

Le había dejado a mi madre la linterna de casa de mi abuela, quedándome yo con una de las que había en la pared, que eran más grandes, pero también más duras.

Y perfecta para noquear a alguien, claro está.

También llevaba los dos mapas, una cantimplora con agua y una cuerda en caso de que la necesitara para volver a salir de allí, aunque yo ya tenía un plan bastante más fácil.

Saldría igual que había salido la última vez, por el ascensor, aunque esta vez lo haría más discretamente.

Ya no podía ver nada, la oscuridad me rodeaba completamente, pero seguía sujetando la cuerda firmemente, aunque ya hacía bastante rato que había empezado a cansarme.

Para cuándo llegue abajo, las manos me ardían y fue un milagro que no me cayera al suelo.

Ahora estaba abajo, otra vez. Y no quise admitirlo, pero estuve a punto de ponerme a suplicar a mi madre a gritos que me volviera a subir.

Pero con Lexie en mente, mi valentía incrementó.

Me deshice del arnés, quitando todas y cada una de las agarraderas que tenía y lo dejé colgando de la cuerda unos segundos.

Tiré tres veces de la cuerda, dándole a mi madre la señal de que ya podía subirlo de nuevo, y así lo hizo.

Me quedé mirando hacia arriba, primero viendo cómo subía la cuerda con el arnés, luego viendo como, muy lentamente, se cerraba la trampilla que desde abajo parecía tan pequeña.

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