2. "Corre"

1.4K 35 39
                                    




La sangré huyó de mi rostro todavía más rápido al escuchar aquellas dos simples palabras, unas palabras que decía tu maestra en el colegio pasando lista, o tu madre cuando estaba enfadada; pero por mucho que ella me diera miedo, este miedo era diferente, porque sabía lo que venía a continuación.

Sentí como si me faltara el aire, cómo si el mundo se hubiera congelado a mi alrededor mientras yo solo podía mirar al frente sin ver nada en realidad. Mi vista nublada del pánico me lo impedía como si se tratara de una espesa niebla lo que me impedía tener sentido de la vista.

Ahogué una inhalación del aire caliente de la mañana y evité pensar en la calor que me invadía por culpa del verano. Así, sin más, eché en falta la nieve invernal. Pero hubo algo todavía más curioso en la situación a parte de mis incongruentes pensamientos.

Algunas personas decían mal mi nombre al ser, según ellos, "raro y muy extraño", aunque me lo puso mi abuela, y a ella le parecía bonito, así que a mí también. Que aquella voz sin vida lo hubiera pronunciado de forma tan correcta y clara, me asustó incluso más de lo que ya lo estaba.

Varias personas por la calle se giraron en mi dirección, sabían perfectamente cuál era mi nombre, y yo seguía sin poder reaccionar.

—Corre.— escuché que me susurraba Lexie.

No, no quería, me negaba a que mi vida acabara allí ahora que había, más o menos, conseguido que me gustara y que no fuera del todo un infierno en la Tierra. Después de todas las horribles situaciones que había pasado, ¿por qué ahora? Mi mente no dejaba de quejarse y de hacerse preguntas en aquel instante.

El disimulado apretón que me dio en el brazo Lexie fue lo que hizo que me diera cuenta de que algunas personas ya se estaban acercando a mí lentamente, como leones intentando no asustar a la gacela que estaban apunto de cazar.

Y a mí solo me salieron dos palabras que, probablemente serían las últimas que pronunciara.

—Te quiero.— y era verdad, más de lo que le hubiera gustado a mi padre.

Le devolví el apretón en el brazo y me separé un poco de ella lentamente; cauta, e intentando que su marcha pausada continuara de la misma manera.

Hasta que un movimiento brusco de alguien más al fondo incitó a los demás a acelerar, y todo empezó a descontrolarse para mí.

A pesar de no ser muy atlética, empecé a correr como si mi vida dependiera de ello, y en verdad lo hacía, porque al mínimo signo de ir más lent0, tropiezo o freno, moriría. Escuché pasos fuertes a mi espalda, sabía que mis cazadores me seguían desde no muy lejos, pero decidí no girarme a comprobarlo con mis propios ojos.

Bajé sin dudar ni un ápice por la cuesta en la que me había sentado tantas veces a hablar con mi mejor y probablemente única amiga, sin siquiera ralentizar un poco el paso aunque estuve a punto de caerme de boca varias veces. Se me aguaron los ojos mientras seguía corriendo sin parar siquiera a intentar respirar bien.

En el camino perdí uno de mis dos pendientes de perlas, los que me había regalado mi abuela la noche de mi decimotercero cumpleaños con la promesa de que no los perdería nunca. En cierto modo, quería pensar que ella me protegía con ellos desde que me levantaba y me los colocaba hasta que los dejaba en mi mesilla de noche cuando me iba a acostar; pero mientras aligeraba la marcha, solo pensaba en no adentrarme en un callejón.

Se me olvidaron los modales y respeto que tanto me habían inculcado mi madre y mi abuela desde pequeña cuando empujé a dos señoras que caminaban tranquilamente interponiéndose en mi camino.

Siempre había teorizado que todo el mundo veía en un rápido flash todos los momentos bonitos de su vida en el momento en el que intentaban de manera prácticamente imposible, burlar a sus captores; pero yo casi me arrepentí de no haber muerto aquella noche en la que sólo deseaba vivir a toda costa.

Casi.

Corrí y corrí hasta que me empezó a faltar el aliento de nuevo pero, aún así, no paré.

Como yo quería decidir por mí misma qué imaginarme en mi cabeza si esto iba a ser lo último que viera en realidad, pensé en Lexie. En su pelo, largo y suave con ondas rubio oscuro que se veían aún más claras bajo el sol. Y en su sonrisa, sin dientes por la vergüenza pero de un rosa muy vivo. Me acordé de cuando conoció a mi abuela, y le dió un fuerte abrazo al despedirse de ella aquel día. Yo simplemente pensé: "mis dos personas favoritas en el mundo se ven perfectas juntas".

Las echaría de menos, o eso era lo que tenía totalmente claro cuando mis mejillas se sintieron húmedas por las lágrimas.

Debido a eso veía borroso y temía chocarme con algún obstáculo, pero conseguí saltar los troncos de madera que había cruzando el parque en el que pasé todas las tardes de mi infancia.

Al final, uno de mis perseguidores fue más rápido que yo, y cuando noté una fuerte mano agarrandome de la camiseta, y la parte de atrás de esta siendo destrozada haciendo que cayera de espaldas al suelo, sabía que ya todo estaba perdido.

De repente, esa escena sí hizo que viera mi alrededor en cámara lenta; yo girándome al notar dicho agarre, mi perseguidor con la cara de histeria reflejada en su rostro, el ruido que hizo mi camiseta dando pie a un agujero enorme, yo cayendo al suelo y por último, una de mis rodillas sangrando sin control.

—¡Es mía!— levanté la vista hacia el origen de la voz que soltó ese grito de victoria, era el panadero que vivía a tres calles de mi casa, el mismo que de pequeña me regalaba piruletas cuando acompañaba a mi madre a comprar el pan.

Supuse que el dinero siempre podía cambiar hasta a la mejor persona o quizá, simplemente, allí nadie lo era.

Ahora mismo le metería una piruleta por el...

Me agarró súbitamente bastante fuerte del brazo para que no pudiera seguir corriendo y me obligó a levantarme, a lo que yo solté un gemido de dolor por la presión de sus uñas en mi antebrazo y lo miré con mi mejor expresión de rencor.

—Oh, no me mires así.— me dijo haciendo un falso puchero— Necesito el dinero, últimamente la gente se ha pasado a la panadería de la otra calle.

—Me da igual.— le escupí en la cara—¡Suéltame, maldita sea!— al ver que intentaba zafarme de su agarre, él me sujetó con ambos brazos y más fuerte, al punto de que me hizo soltar un alarido de dolor seguido de un nuevo sangrado en el brazo.

—Quédate quietecita y no tendré que golpearte para que lo estés.— me respondió, amenazante— Andando, nos vamos a por mi premio.

Y aunque continué resistiéndome, empezó a empujarme junto a él hacía un lugar que todo el mundo conocía.

La IslaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora