20. La última pista

138 5 3
                                    




Me giré lentamente, viendo primero sus botas negras, después sus tejanos del mismo color, la camiseta azul marino y su barba gris y negra, una barba que conocía demasiado bien.

—Sigues igual que tu madre.— dijo con desprecio— Ni siquiera estoy seguro de que seas mi hija en verdad.

Le miré a los ojos, sin saber que hacer o decir, congelada, porque aquellos ojos eran idénticos a los míos.

Con una sonrisa, dirigió su boca hacia el walkie-talkie.

—Ven hacia aquí, te tengo una sopresa.— casi susurró al aparato.

Se acercó más a mí, haciendo que retrocediera hasta estar a punto de alcanzar a Lexie, pero paré en seco al darme cuenta de que quizá la descubriría.

—¿Adónde vas, cariño?— dijo amistosamente.

Y yo, por fin, al escuchar aquel apodo, encontré mi propia voz.

—No me llames así.— repliqué ahogadamente.

—Te noto arisca. ¿Es que Aledis no se ha portado bien?— sonrió.

La misma sonrisa que la de Aledis, la de un demonio disfrazado de ángel, la de alguien que se hacía pasar por un amigo solo para hundirte un cuchillo en la espalda cuando menos te lo esperaras.

Y aquello era lo que en realidad me daba miedo, nunca sabías si su próximo movimiento te mataría, y ni siquiera una vida entera con él me daba ahora una pequeña pista de si iba a asesinarme en aquel momento

Quizá iba a agarrar un jarrón y me lo estampara en la cabeza, quizá estaba a punto de llamar a los guardias para que me apuntaran con una pistola a la sien, o quizá simplemente saltaría encima mío para estrangularme con sus propias manos.

De algo estaba segura: si tenía piedad conmigo, llegaría a durar un par de horas más.

—Te has quedado medio estúpida ahí tirada.— se rió— Creía que la inteligente en la familia eras tú, y me vuelves a decepcionar, como siempre.

Apreté los labios; no quería que viera que me estaban afectando sus palabras.

"Rya, no le hagas caso" me dijo Lexie telepáticamente "Intenta que te desmorones"

Pues lo está consiguiendo. pensé para mí.

"¡No se lo permitas!"

—¿Dónde está la otra zorra?— preguntó de repente— Sé que está por aquí abajo también. Estarás contenta, ¿no?

No sabía que contestar.

—¿Aún sigues con la tontería esa de que te gusta?— seguí en silencio, frunciendo el ceño— Que asco que me das, mi propia hija, además de no ser blanca es una desviada.

—No...

—¿No qué? ¿Ya no eres tan valiente como cuando me contestabas?— a cada frase se inclinaba más hacia mí, enfurecido.

—Ya no te tengo miedo.— pronuncié, decidida a no dejarme intimidar.

Me levanté lentamente, sin movimientos bruscos.

—Escúchame bien, pequeña zorra contestona.— dijo con furia, casi escupiéndome cada palabra— Aquí, yo soy el rey, y decido quien vive, quien muere, y quien tendrá una vida miserable hasta el final. Así que...

La puerta abriéndose causó un silencio que se palpó en cada centímetro de la habitación, sobretodo por la persona que había entrado, que me dejó cara de horror.

Los ojos se me llenaron de lágrimas, al principio de alegría, pero solo necesité diez segundos de silencio para que todas las aguas se tornaran turbias en mi cabeza.

La IslaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora