Un minuto puede sonar poco pero yo poniendo mi cabeza en mi almohada, tapándome con mi cobija de vaquita tardo menos que eso para quedarme dormido.
A los ocho años mientras jugaba un partido de fútbol me desmayé, fue la primera vez que mis labios se pusieron morados y a mamá le dió el primero de sus muchos supuestos infartos.
A los ocho solo era un soplo en el corazón que al paso del tiempo fue un problema en una de mis válvulas, luego en la otra, la primera cirugía y así hasta entrar a la bendita lista de espera de un corazón... más de la mitad de mi vida así.
Desperté sintiendo la mirada de ese ser maligno que se apoderaría de mi lugar cuando mi torpe corazón dejara de latir.
—Damian... si vas asesinarme hazlo ya —susurré para ver a mi hermanito recargado en la puerta.
—Algún día, con suerte no se me culpará de tu muerte —señaló el cínico— mamá dice que muevas tu trasero al comedor para que me den de comer.
Suspiré para levantarme despacio.
—¿Qué harás cuando me muera? —negué riendo.
—Comer más rápido al parecer —contestó para poner los ojos en blanco.
En este punto mi hermanito puede parecer un poco insoportable y molesto, no lo culpo tiene doce añitos y la adolescencia me lo está arruinando... eso y crecer en hospitales por mi culpa.
Soy prácticamente uno de los de en medio, mi hermana mayor Dianne ya tenía un esposo y estaba embarazada pero vivía en Francia, ella y yo nos parecíamos bastante además de que ambos teníamos los ojos castaños de papá.
Mi hermano Dedrick era mi otro compañero de en medio para luego el pilón de la familia mi hermanito Damian.
Salí para comer un poco del estofado de mamá, mi madre no era la mejor de las cocineras pero sabía hacer perfectamente tres cosas: estofado, pasta y pay de manzana, prácticamente habíamos crecido comiendo esas tres cosas.
Me senté con la comida de mi mamá y su beso.
—Menos —me quejé mientras me servía.
—Te lo tienes que comer todo señorito —me regaño.
No me dejo opción, mientras comíamos miraba ese lugar vacío.
—¿Cuándo llega papá? —me queje— ya tardo mucho su convención.
—Yo ya había llegado pero mi bello durmiente estaba en su siesta —escuché la voz de papá recibiendo su abrazo.
—¡Papá! —sonreí abrazándolo— te extrañé.
—Yo mucho más mi niño —beso mi mejilla.
Nos quedamos un momento abrazados hasta que mi hermano arruinó el momento.
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Hasta el último latir
Novela JuvenilLas maravillas del corazón: llevar sangre a todo el cuerpo, latir de sesenta a cien veces por minuto... un poco más cuando ves a la persona que te gusta. Y a veces entre más grande es el corazón, mas amor para dar aunque implique que el tiempo de es...