Capítulo 38

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31 de Diciembre. (Parte 2)

— Tu turno.

Estamos jugando al Uno en el sofá de su habitación. Estoy sentada con las piernas cruzadas sobre su regazo mientras espero a que haga su jugada. Tenemos las cartas a nuestro lado en el sofá.

Stiles pone la suya. Nuestras miradas pasan del puñado de cartas colocadas en el sofá a las que tenemos en las manos. Me echo hacia atrás en su regazo para que él no pueda ver las mías, y él hace lo mismo apoyándose en el respaldo.

Me parece divertido que no podamos cambiar del color rojo, y que ninguno de nosotros parezca tenerlo. Y luego tenemos que coger un montón de cartas hasta que conseguimos una. Me hace reír

Stiles sacude la cabeza delante de mí. — Deja de reírte, me estás distrayendo.

Aprieto los labios y finjo una dramática cara de pocker. — Lo siento.

Me lanza una mirada de desaprobación por encima de sus cartas. Sé que se debe a la disculpa, pero intento suavizar la sonrisa y sacudir la cabeza. Está muy serio.

Seguimos jugando. Gano unas cuantas veces, y él también gana algunas. Pero al cabo de un rato se me ocurre una idea.

— ¿Quieres apostar algo?

Stiles sigue mirando sus cartas — ¿Cómo qué?

— No sé, cualquier cosa.

— ¿Qué quieres apostar? — suena distraído

Un cosquilleo me llega. Casi parece que podría elegir lo que sea. Así que lo miro detenidamente mientras le digo — Si gano, bailas conmigo.

Sus cejas se levantan casi inmediatamente y resopla. — Sí, claro — pero su voz es sarcástica

— ¿Qué?

Él sólo sacude la cabeza, inclinándose hacia atrás — De ninguna manera

— ¿Por qué no?

— Yo no bailo.

Casi pongo los ojos en blanco. Sin embargo, tampoco me sorprendió escuchar eso.

Pero me encojo de hombros. — Chad Danforth dijo lo mismo y míralo.

Veo el ceño fruncido en su cara cuando pone la siguiente carta. Parece confundido. — ¿Quién?

¿Qué? ¿No sabe quién es Chad Danforth? Teniendo en cuenta que tampoco sabía lo de la cena de la suerte, supongo que debí verlo venir.

Pongo mi carta encima de la suya en el sofá. — Quiero decir que todo el mundo puede bailar.

Él asiente con obviedad y analiza su siguiente movimiento. — Yo puedo bailar — hace una pausa. — Solo que nunca lo hago.

Oh, bueno, entonces eso es diferente. Simplemente no quiere, y sólo tengo que convencerlo. Dejo caer una de mis manos sobre su pecho y él la recibe inmediatamente. El contacto no deja de hacer que mi estómago dé un vuelco.

— Buen, entonces lo cambiamos. Si pierdes, me dejas conducir tu jeep.

— Has perdido la cabeza. — pero sus dedos se deslizan bajo mi palma con suavidad, llevándole la contraria a la expresión negativa.

Motel California - StydiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora