James
- Buenos días, milord.- saludé con voz burlona, mientras interrumpía la quietud madrugadora del lugar.Disfruté de ver el pánico dibujado en los ojos de lord Derby, al descubrirme en su despacho privado.
-¿Cómo entró a mi casa?- preguntó con voz entrecortada, mientras daba unos tentativos pasos en dirección de la salida.
Sonreí con malicia.
- Por la puerta, claro está- respondí, tomando asiento en su grande y cómodo sillón- Si estuviera en su lugar, no me atrevería a salir.- sonreí amistosamente, y agregué- No debe temerme. No he venido a matarlo, por el momento.
- ¿A qué ha venido?- preguntó furioso, deteniéndose a unos pasos de la puerta- ¿Cómo se atreve a entrar en mi propiedad de esta manera?
Hice una mueca de disgusto. Realmente me repelía el tono de su voz.
- Estoy aquí para agradecerle el obsequio que envió para mi futura esposa- Me puse en pie con toda la paciencia que pude obligarme a tener, luego me adelanté hasta que mis zapatos chocaron con los suyos.- Me temo que los mensajeros no pudieron transmitirle nuestros saludos, se sentían un poco... indispuestos.
El rostro de Lord Derby se crispó, quedándose estupefacto.
- Sin embargo, me veo obligado a ser honesto y manifestarle que su presente no fue de mi especial agrado- murmuré, mientras le alzaba por las solapas del cuello de seda- Sobretodo la parte donde mi preciosa Lady Caroline recibió una bala.
El pobre hombre contuvo la respiración, viéndose genuinamente horrorizado por mis palabras.
- No debe alarmarse- Respondí con amabilidad, sin soltarlo- Ella se encuentra perfectamente de salud; por supuesto eso era de esperarse, ya que usted aún respira.
Pensar en que mi presiosa chica pudo haber muerto fue lo que desencadenó que la furia invadiera mi expresión; por lo que Derby hizo un sonido de puro pánico.
- Agradezca al cielo que mi mujer está viva, porque de otra forma usted ya sería alimento para los animales del bosque.- declaré con tono neutro.
- Yo no soy responsa...- se ahogó con sus palabras, dado que lo tenía sujeto del cuello.
- No se atreva a insultarme, señor- lo solté ligeramente para que pudiera respirar- Le permitiré vivir sólo porque quiero que le de un mensaje especial para Su excelencia, el Duque de Wellington.
Saqué una nota de mi bolsillo, y la extendí para que la tomase. El asustadizo hombre se negó a mirarme.
Me encogí de hombros. Si el hombre se negaba a tomar mi mensaje, debía asegurarme alguna forma en que pudiera realizar mi cometido. Al instante desenvainé un pequeño cuchillo, un ostentoso obsequio del Duque de Wellington en agradecimiento a mis años de servicio; y se lo clavé en la mano izquierda, adjuntando mi nota.
Su grito del dolor se escuchó por toda la casa. Pronto su rostro se quedó lívido al ver su mano ensangrentada, clavada en la puerta.
Me dispuse a salir del despacho, muy satisfecho por mis acciones; pero antes de retirarme del todo, anuncié mi renuncia.
- Casi lo olvidaba- añadí más animado que antes- No volveré a ser reclutado para ninguna otra misión por lo que me resta de vida; y no volveré a ser generoso con cualquiera que intente atentar contra mi familia... considere lo de hoy como un gesto de amabilidad de un hombre felizmente comprometido.
Sin decir más, y con un mejor humor, me dispuse a ponerme en camino a casa. Con un poco de suerte, mi hermosa chica ya se encontraba despierta.
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Sedúceme
Historical FictionSegundo libro de la trilogía PERTENECERNOS Lady Caroline Sinclair Newland no era precisamente conocida por ser el epítome de una dama inglesa; pese a que poseía el linaje, la fortuna y la belleza adecuadas para serlo. Sin embargo; siempre había al...