9. Arepitas con Queso

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No sé cuánto tiempo estuve encerrada en la alacena, pero debió ser una hora o quizás un poco más.

No quería hablar con nadie. No quería escuchar explicaciones de cómo no era un error de la naturaleza ni quería que me siguieran culpando.

Solo quería estar sola. Sumergirme en mi propia miseria y poco a poco desaparecer entre mis lágrimas.

Vaya manera de pasar un cumpleaños, ¿verdad?

Sin embargo, mis deseos de estar sola se arruinaron cuando alguien dio tres suaves golpes en la puerta.

—No estoy aquí —susurré, enterrando mi rostro entre mis manos.

La persona del otro lado me ignoró y abrió la alacena. Yo giré mi cabeza hacia la pared antes de que me viera llorando.

—Vete. Quiero estar sola un rato.

Una mano se posó en mi hombro con delicadeza y quiso que volteara.

—Mamá, no ahora... —insistí.

Entonces la otra mano apareció al costado de mis rostro, mostrándome una redonda y perfecta arepa con queso.

—Solo quería darte una ofrenda de paz —dijo una voz serena y armoniosa—. Dicen que mi comida es mágica, aunque no sé si pueda reparar un corazón roto.

Mi respiración se detuvo.

Esa no era mi mamá.

Giré de golpe y me senté bien en el borde de la alacena. Tuve que parpadear casi veinte veces para asimilarlo. Era ella.

—Ma-Ma-Ma... —ni siquiera lograba vocalizarlo bien en mi sorpresa—. ¿Mamá Julieta?

Ella solo me sonrió, con ese rostro pacífico que la caracterizaba, y me volvió a tender una arepa. Tenía un plato lleno de estas en la mesa de la cocina.

—Y... ¿Aceptas mi ofrenda de paz? Se van a enfríar.

Aunque seguía lagrimieando, mostré una sonrisita débil y asentí.

—Perfecto. Entonces ven aquí, no puedes quedarte en mis provisiones para siempre.

Mamá Julieta me ayudó a ponerme de pie y me sacó de la alacena. Cuando me tuvo frente a ella, me acomodó el cabello de la cara y me enjugó las lágrimas con el pulgar.

—Fue un cumpleaños difícil, ¿no es así?

Y antes de lograr responderle, el llanto regresó. Mamá Julieta me envolvió con lo brazos y me acercó a ella.

—Tranquila, corazón —susurró, intentando consolarme—. Todo estará bien.

Yo la abracé con fuerza, dejando que mis lágrimas cayeran en su delantal, y ella no opuso resistencia.

Cuando al fin me separé, ella me secó la cara.

—Tenemos mucho de que hablar —dijo—. Y necesitaremos una buena taza de café para eso.

Así, sin que me diera cuenta del rápido paso del tiempo, ya estábamos las dos sentadas en la mesa. Mamá Julieta me sirvió una taza de café muy caliente y comí casi cinco arepas mientras esperaba a que se enfriara.

Durante el tiempo que estuvimos juntas, aproveché en contarle todo. Le hablé de cómo me infiltré en la reunión en la noche, de las entrevistas, de la profecía antigua que Roberto encontró y de la pelea en nuestro cuarto.

Le conté absolutamente todo y ella no dejó de mirarme con compasión hasta que terminé.

—Pensé que estaba ayudando —confesé, sorbiendo un poco del café—. Pensé que, si conseguía el Milagro de vuelta me ganaría un lugar en la familia. Ahora... No sé si valga la pena.

✨No se habla de Mirabel✨ || Encanto AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora