30. Esa Vocecita

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Yo siempre he visto a mi mamá como una hermosa princesa de cuento de hadas. Y los cuentos de hadas en mi infancia solían ser sencillos.

La trama era simple. Un chico conocía a una chica, la magia le daba una mano, luego se casaban y todos eran felices para siempre.

Sí... ¡Vaya tontería!

Digo, Cenicienta no tenía nada que perder. En ningún momento corría el peligro de que le cayera el bendito palacio encima. Además, se casó con un millonario.

Cenicienta se casó con alguien que amaba, o al menos quería un poquititito, y no tuvo que pasar por un matrimonio arreglado para luego tener a cinco enanos a la fuerza que la condenaron a una vida de miseria y dolor.

Por Dios, Cenicienta hizo todo lo que quería.

Cenicienta tuvo un maravilloso y hermoso final feliz sin hacer nada aparte de bailar con un desconocido.  ¿Qué le costaba a mi mamá tener uno?

Ella era mil veces más bonita, más inteligente e hizo mucho más que la odiosa de Cenicienta.

Mi mamá merecía su final feliz y nosotros se lo habíamos arrebatado.

¿Qué le costaba salir el día de la boda y ahorrarse tanto drama? ¿Qué le costaba no tenernos?

¡Era tan fácil!

Perdón... Creo que estoy volviendo esto demasiado personal.

El punto era que ahí estaba yo, preguntándome qué hizo mi mamá de malo para que la obligaran a casarse, cuando la tierra empezó a temblar.

Otro temblor. Mucho más fuerte.

Quería salir corriendo, pero mi cuerpo se quedó congelado en la esquina de la habitación.

Lo único que pude hacer fue inhalar y exhalar en un intento de tranquilizarme.

Nuevas grietas surgieron en las paredes, el techo se sacudió, las cosas cayeron sin control.

Todo era un completo caos y mi corazón se estrelló con potencia contra mi esternón.

Inhalar. Exhalar. Inhalar.

Hasta que al fin acabó.

Era una señal: se nos acababa el tiempo.

—¡Laura! —gritó mi mamá afuera, sonaba angustiada—. ¡¿Laura, dónde estás?!

—¡Laura! —llamó el tío Bruno.

—Busca en la cocina, tío en los túneles y yo veo los cuartos —mandó la tía Mirabel—. No puede haber ido lejos.

—De acuerdo.

—Espero que esté bien.

—¡Laura!

Parte de mí quería salir y tranquilizar a todo el mundo. Pero una parte de mí, la que dominaba mis emociones de ese instante, solo quería pasar un rato a solas.

Quería desaparecer.

El simple hecho de imaginar a mi mamá con un vestido blanco y lágrimas en sus ojos destrozaba mi interior.

Papá no era mala persona, pero si mamá no lo amaba entonces... ¿Dónde quedaba su final feliz?

De pronto, escuché unos pasos familiares al otro lado de la cortina.

No quería reincorporarme a la familia aún. No quería ver a mi mamá a los ojos todavía.

Así que hice lo que mi instinto me pidió y me escondí debajo de la cama justo cuando la cortina se abrió.

✨No se habla de Mirabel✨ || Encanto AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora