27. Podemos Recordarlo

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Cuando Lucas y Mauricio cumplieron cuatro años, el tío Antonio les regaló un pez dorado con cola roja.

Aunque era para los mellizos, se terminó convirtiendo en la mascota de los cinco. Y lo llamamos Pepe. Nos parecía un gran nombre.

Pepe era un buen pez. Comía a sus horas y nadaba todo el día.

Era el mejor pez del mundo.

No sé qué hicimos mal. No sé si le dimos poca comida, o si la pecera no estaba lo suficientemente limpia o si el agua tenía algo de raro.

El punto es que Pepe amaneció muerto y panza para arriba a los ocho meses.

Fue una horrible tragedia para nosotros. Yo para ese punto ya tenía diez años, pero la muerte de Pepe nos afectó a todos.

Mi mamá le hizo un funeral en el patio, lo enterramos e inclusive dimos palabras en su honor.

Todos estábamos hechos un mar de lágrimas, y mi mamá nos consoló con una paciencia infinita.

Y ese día, ella nos dijo una frase que jamás olvidaré. Después de asegurarnos de que Pepe no se había ido, dijo: "Al morir, todos nos convertimos en historias. Y si perdemos a alguien importante, mientras se cuenten sus historias ese alguien seguirá viviendo. Y así, nunca nos dejará".

Pepe fue enterrado una tarde soleada de noviembre, pero siempre vivirá en nuestras historias sobre él.

Y esa frase fue lo primero que pensé cuando vi a mis tías reunidas en uno de los túneles. Pero me estoy adelantando.

Después de organizar nuestro plan, nos distribuimos a lo largo de todo el refugio.

El tío Bruno y yo fuimos en busca de sogas para nuestra aventura en los túneles.

El tío Antonio habló con Marcos el armadillo para que le comunicara a los burros que necesitaba de ayuda en la evacuación.

Mi mamá estaba colocando trampas con la tía Luisa y la tía Mirabel.

El único que estaba teniendo problemas con su trabajo era el tío Camilo, quién no lograba transformarse del todo en mamá Alma. Digamos que... Siempre tenía problemas en algunos detalles.

—De acuerdo, vamos de nuevo —dijo él, relajando los hombros—. Es sencillo, yo puedo. Yo puedo.

—¡Hazlo de una vez! —exigió el tío Antonio.

—Ya voy. ¡Ya voy! ¡¿Qué no ves que ya voy?!

El tío Bruno y yo nos detuvimos a mitad de camino a ver el espectáculo.

—¡Sí se puede, sí se puede! —exclamó él y dio un salto adelante.

Su delgado cuerpo cambió. Su piel se volvió arrugada, su pantalón se convirtió en un vestido rosado y se encogió más.

Era mamá Alma en casi todos los sentidos.

Solo había un diminuto, pequeño e insignificante detalle sin importancia: su cabeza de bebé.

—¿Y bien? —dijo él con su voz extremadamente aguda—. ¿Cómo me veo? ¿Ah?

Apreté los labios para contener mi risa y el tío Bruno se cubrió la boca para ocultar su sonrisa. El tío Antonio soltó una carcajada rápida que calló al instante.

—¿Qué? ¿Qué tengo?

—Nada, nada —contesté, luchando por no reír—. Estás muy... Mmm, distinto.

—Solo tienes una... —el tío Antonio soltó otra carcajada y la paró al instante—. Como que tienes una diminuta... Falla.

—Ah, entonces no es nada grave. Solo es un errorcito —dedujo el tío Camilo con su vocecita.

✨No se habla de Mirabel✨ || Encanto AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora