La cabeza me daba vueltas y un dolor penetrante atravesaba mi frente. Sentí algo helado en mi cráneo y unas manos retirándolo.
No sabía dónde estaba, quiénes me atendían ni por qué dos ratas se paseaban tan amenamente en mi falda amarilla.
Pero algo era seguro, seguía dentro de la montaña.
—...otro de estos —dijo la chica, que apenas distinguía por lo borroso de mi campo visual—. Le va a salir un chichón enorme si no desinflama pronto.
—Entiendo. El problema es..., bueno... ¿Recuerdas dónde guardé tus vendajes? Porque no están aquí y... Tampoco aquí... —preguntó alguien, un varón, que se rascaba la nuca.
—¡No puede ser! ¿De nuevo?
—Perdón.
—Ni más te vuelvo a prestar mis cosas. ¿Oíste?
—Ay, Mira. Un poco de paciencia.
—Que tengas aspecto de ancestro vagabundo no significa que debas actuar como uno, y tampoco que pierdas mis cosas.
—No parezco vagabundo. Soy tradicionalista, es diferente.
—Claro, ¿y cuándo fue la última vez que lavaste ese poncho?
—Ese fue un golpe bajo, Mirabel. Auch.
Ella lanzó una risita y pude escuchar que él también rio un poco.
—Ya, consígueme un vendaje de alguna parte, ¿sí?
—A la orden. Vamos, muchachos.
Y al fin las cosas comenzaron a cobrar sentido. Agité la cabeza, intentando volver a mi realidad.
El techo era de tierra, las luces eran linternas de aceite y estaba recostada en una especie de cama.
—Está despertando —gritó la chica, cuyo rostro se hacía cada vez más claro—. ¡Tío Bruno, ven acá! ¡Está despertando!
Segundo a segundo, la nubosidad se esfumó y las imágenes se enfocaron.
Era ella.
Sus profundos ojos avellana, detrás de esos lentes de montura verde, estudiaban mi rostro con preocupación. Tenía unas gruesas cejas negras que se arqueaban con angustia y una ligera lluvia de pecas sobre la nariz.
El cabello rizado caía en sus hombros y dos de esas mariposas amarillas bailaban a su alrededor.
¡Por Dios! ¡Sí era ella!
Me senté sin pensarlo y me le quedé viendo. Era idéntica a la foto, solo que mayor. Y podría jurar que ese brillo en su rostro no se había apagado pese a los años.
—Oye, oye... —me llamó, sacudiendo su mano delante de mí—. ¿Te encuentras bien? ¿Te duele algo?
Mis labios no se movieron, no podía hablar.
—Okay, esto es grave. Rápido, ¿cuántos dedos tengo aquí?
Mi quijada cayó sin remedio y mis ojos apenas parpadearon. Tenía mil cosas que decir y mi cerebro no era capaz de procesarlo.
Había quedado congelada y ni siquiera podía vocalizar bien por culpa de la sorpresa.
—T-t-tú... Eres... ¡Por Dios! ¡Eres real!
—Correctoooo. Esa no es la respuesta que esperaba. Intentemos otra cosa. ¿Del uno al diez, qué tanto te duele el golpe? Sé honesta.
—Y estás viva. O... ¿O ya me morí? ¡¿Estamos muertos?!
ESTÁS LEYENDO
✨No se habla de Mirabel✨ || Encanto AU
FanfictionLaura Madrigal nunca ha tenido un don. Sus tíos y primos le han contado que existió una época en la que cada miembro de la familia recibía un don mágico al cumplir los cinco años y que la casa solía estar llena de vida. Pero un día todo cambió. Nad...