38. Tengo Sueño...

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Roberto era un año menor que yo, pero siempre actuaba como si fuese el mayor de nosotros.

Por más que le recordara nuestra diferencia de edad, él me seguía tratando como su "tierna hermanita".

Y se tomaba su papel muy en serio. Se empeñaba en protegerme de todo daño y procuraba hacerme sonreír en los peores momentos.

Siempre cuidaba de mí.

El recuerdo más nítido que tengo de eso ocurrió a mis ocho años. Estábamos jugando a las traes en la casa y me caí de las escaleras.

No me hice daño, pero sí me doblé el tobillo y me dolió horrible.

No sé si el Milagro estaba tan débil que la comida de mamá Julieta no funcionó o si simplemente no pensaron en esa opción. Lo importante ahí era que estábamos solos.

Mamá había salido a la plaza, mis tíos estaban ocupados, todos estaban en sus asuntos. Así que debíamos esperar a que mamá volviera.

El tobillo me dolía tanto que me eché a llorar. Pero Roberto me distrajo. Se arrodilló junto a mí y comenzó su espectáculo.

Me hizo conversar con él, de lo que sea, y yo era demasiado habladora, por lo que cedí al instante.

Me concentré tanto en nuestra charla que me olvidé del dolor. Incluso logró que me riera pese a la herida.

Andaba diciendo que todo saldría bien, que era una niña muy valiente, que estaba haciendo todo excelente, que me sanaría rápido y cosas parecidas.

Hablamos por mucho rato y el tiempo se me fue volando. Ni siquiera logré llorar de nuevo.

A los treinta minutos, mamá llegó y me curó. Todo salió perfecto, y fue gracias a él.

Roberto y yo nos llevábamos un año, pero él siempre sería mi hermano mayor y yo siempre sería su hermanita.

Por eso, él se quedó tan preocupado cuando volví a entrar a los túneles. Era un lugar extremadamente peligroso y él no estaría ahí para protegerme.

Pero no pensaba dejar ese lugar sin el tío Bruno. Tenía que intentar salvarlo.

La pared a mi derecha se balanceó y el techo me bañaba de polvo. El estruendo de las rocas cayendo me hacía temblar.

Era una auténtica catástrofe. Y todo estaba tan destruido que ya no reconocía los caminos que habíamos tomado.

—¡TÍO BRUNO! —grité a todo pulmón, esperando que sonara por encima de la bulla del derrumbe—. ¡TÍO BRUNO! ¡¿DÓNDE ESTÁS?!

Ni una sola respuesta.

Sentía como todo se desmoronaba a mis espaldas y las piedras me perseguían. Una cayó delante de mí y otra la siguió a mi derecha.

Tuve que esquivarlas con toda mi agilidad y continué corriendo. Todo estaba oscuro, el polvo en el aire empeoraba mi visión y una grieta surgió a unos metros de distancia, elevando mi pedazo de tierra.

Intentaba mantener el equilibrio, una roca pasó cerca, otra casi me dio en la pierna.

Un pedazo de madera, de los palos que sostenían al túnel, se rompió y salió disparado hacia mí, causándome un horrendo arañón en el brazo.

Una caída que tuve, al evitar un bloque que venía a mi cabeza, me causó un moretón en el codo.

Otra estrellada contra el muro me arañó el torso y por ahí alguna roca filuda me hizo un corte en el muslo y rasgó mi falda.

Todo era un desastre. Pero no podía parar. No me iba a ir sin él.

Ni siquiera me fijé en el dolor, me puse de pie y seguí corriendo. Suspuse que fue por el efecto de la adrenalina, seguí avanzando a pesar de las heridas.

✨No se habla de Mirabel✨ || Encanto AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora