2. El Derrumbe

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Nadie hablaba de aquella tarde, era como si la hubiesen borrado de su mente.

Cuando pasé de los diez años, papá Félix decidió contarme parte de lo ocurrido el día del derrumbe, lo que no fue del agrado de mamá Pepa. Me llevó a un rincón en la sala y me hizo jurar por el corazón que nunca le hablaría de esto a nadie.

Obviamente accedí. Mis hermanos se enterarían de la verdad cuando llegara el momento.

Papá Félix me relató los hechos más importantes casi susurrando. Me dijo que, en el pasado, el Milagro los bendijo a todos con una casa viva y les dio dones mágicos. Nunca los aprendí todos, a lo mucho sabía que mi mamá hacía crecer flores y que mamá Pepa hacía que lloviera en interiores.

El punto es que un día unas misteriosas grietas surgieron en ls Casita, y con cada grieta la vela tilitaba y los dones perdían potencia. Hasta que llegó aquella tarde, en la que las grietas perforaron los muros, los vidrios explotaron, los barandales cayeron y la Casita se destruyó.

Al caer, la vela del Milagro se apagó y los dones de la familia se fueron.

La magia se perdió para siempre.

El tío Antonio me dijo en una Navidad que el Milagro nunca se fue del todo, que las chispas seguían ahí, volando alrededor. Y mi mamá, en sus historias nocturnas, afirmaba que a veces lo sentía volver a su sangre, igual que un río potente.

Sin embargo, nunca mencionaron a la tal Mirabel sin poderes de la cuál habló el tío Camilo en la reunión. Ni siquiera en las anécdotas de los tiempos felices en la Casita.

Después de la reunión, corrí a mi cuarto y me envolví en las sábanas hasta quedar dormida.

Por alguna razón inexplicable el nombre de esa mujer misteriosa no abandonó mi mente.

Mirabel. Mirabel. Mirabel.

¿Por qué la tía Dolores no quería hablar de ella? ¿Le había hecho daño? ¿Era peligrosa?

La espina de la duda hizo que me planteara mil y un teorías.

Al día siguiente, antes de que mi mamá entrara a despertarnos, yo ya estaba cambiada con mi falda de flores y mi blusa blanca. Iría a la zona del derrumbe a encontrar la mística vela y, tal vez así, mamá Alma dejaría de estar tan molesta con nosotros.

—¡Wow! ¿Despierta tan temprano? —preguntó mi mamá, lanzando una risita.

—Sí, pues... No quería perder un solo segundo de hoy, es todo —mentí.

Ella se aproximó hacia mí y me acomodó el cabello, haciendo que cayera detrás de la blusa. Frunció los labios y me miró a los ojos con lástima. Ya sabía lo que se venía.

—Laurita —empezó con dulzura—, sé que normalmente te haría una fiesta, pero... Ha surgido una emergencia y tendremos que suspender tu cumpleaños unas horas. ¿De acuerdo, hijita?

—Sí, mamá —respondí sin dejar de sonreírle, había tenido una noche difícil—. Entiendo.

—¿De verdad?

—Claro que sí, soy una niña grande y muy madura.

Ella arqueó una ceja y yo seguí sonriendo, no quería desviar el tema pero tampoco quería que descubriera cómo los espié la noche anterior.

—Gracias, linda.

—No hay de que, mamá.

—Perdón, de verdad. Te prometo que en la noche tendrás una celebración gigante. Te lo aseguro.

✨No se habla de Mirabel✨ || Encanto AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora