34. Juntos

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Los tres caminamos entre los árboles y la maleza hasta llegar a las faldas de la montaña. No podíamos demorar.

Escapar de día resultaba más difícil que de noche. La luz del sol no era de ayuda al camuflaje y estábamos expuestos a que nos vieran los pueblerinos.

Sin embargo, al llegar al pueblo, nos topamos con un desierto.

—Wooow —expresé en voz baja y seguí caminando.

La evacuación había comenzado.

Todo estaba vacío, a lo mucho se veían algunos pueblerinos sacando sus últimas maletas y luego se unían a la muchedumbre que estaba empezando a escalar la montaña.

Calles solitarias, campos sin cosechar y puertas abiertas. Era un escenario apocalíptico que me revolvió el estómago.

De verdad parecía que el mundo se iba a acabar.

Para remate, a lo lejos vimos una gran nube negra que se alzaba sobre nuestra casa. Era grande y parecía estar a punto de lanzar rayos asesinos.

Y, de repente, la nube desapareció.

Dejó en su lugar un cielo despejado y un sol radiante. Y ese escenario solo duró un minuto.

Antes de lograr acostrumbrarnos, la nube negra volvió a aparecer.

Era un vaivén de frío y calor que iba y venía.

—Pepita... —susurró el tío Bruno al notar los cambios bruscos del clima—. Pobre, debe estar devastada.

Me lo podía imaginar. La Vela había brillado un poco más en algunos momentos del día, eso debió fortalecer su don.

Seguramente estaba luchando contra sus propias emociones para mantener la calma. Y debía sentirse horrible no tener carta libre de llorar.

Estábamos muy cerca de nuestro hogar, cuando una duda invadió mi mente: ¿Y si esto era parte de la profecía?

Y a esa duda le siguieron muchas más:
¿Si esta era la muerte necesaria? ¿Era incorrecto ir o...?

¡Dios! No sabía qué pensar.

¿Era momento de actuar? ¿Debía cuidar a la tía Mirabel? Solo había una persona que podría responder.

Corrí hacia él y lo jalé de la mano.

—Tío... Tío...

—¿Qué pasó? —preguntó él y se volvió hacia mí, disimulando su nudo en la garganta—. ¿Ocurrió algo, Lau?

Nunca antes había sido capaz de fijarme en los cambios de una persona. Si alguien tenía ojeras o se había cortado el cabello, yo no me daba cuenta hasta dos semanas después.

Pero ese día, en ese segundo que el tío Bruno giró hacia mí e intentó ser amable pese a su dolor, lo noté diferente.

Aunque siguiera idéntico, algo había cambiado en él.

—No, no, no... —dije—. Nada, es que... Me he puesto a pensar... Dejar que la tía Mirabel venga, ¿no sería igual a dejarla intervenir?

Él arqueó una ceja y me vio confundido. O no quería tocar el tema a propósito o no entendía de qué le hablaba.

Y yo me incliné por la segunda opción.

—Ya sabes, de la "P. D. D." —insistí entre murmullos.

—¿La qué?

—La "cosa" que no debemos nombrar.

—¿Qué cosa?

✨No se habla de Mirabel✨ || Encanto AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora