33. Tenemos que Hablar

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Recuerdo que la risa de la tía Mirabel era mágica.

No era refinada ni delicada. Al contrario, era escándalosa y fuerte y genuina. Era un sonido armonioso que se contagiaba con facilidad.

Era imposible escucharla y no esbozar siquiera una diminuta sonrisa.

En serio, era de esos sonidos que te alegraban el día.

Y cuando se cayó tras colgar la linterna, quisiera haber encerrado el sonido de su risa en una botella para conservar al menos una parte de ella. Esa parte que la hacía brillar.

Pero es obvio que no lo hice. Así que, el único lugar dónde puedo reproducir esa melodía de nuevo es en mis recuerdos.

Esa escena de ella levantándose entre risas y el tío Bruno a su lado ayudándola, la he repetido en mi cabeza millones de veces en las noches desde... Desde el incidente.

Fue un buen momento antes de la tormenta.

Pero aún no es hora de hablar de esto.

Mi mamá se acercó lentamente, tomó aire hasta llenar sus pulmones, sacó valentía de algún sitio y habló, con la voz más pacífica y tranquila:

—Bel, tenemos que hablar...

Así fue como empezó el verdadero desastre. Con una frase. Con cuatro palabras.

La tía Mirabel giró hacia nosotros, aún con estragos de su risa y se acomodó los lentes.

Antes de que mi mamá pudiera decir algo más, mi tía arqueó una ceja y agudizó su vista.

—¿Dolores?

La tía Dolores, que se había escondido detrás de su hermano en un intento de pasar inadvertida, salió a la vista con la cabeza gacha.

No se atrevía a mirarla a los ojos.

—Hola... —dijo ella en voz baja, jugando con su anillo de bodas para calmar los nervios.

—Hola...

Ambas miraron al suelo, sin saber quién debía empezar. Y tras tomar una bocanada de aire, ambas hablaron muy rápido al mismo tiempo.

—Mirabel, yo... Siento mucho lo que pasó. Después de revelar lo de la visión de Bruno en la cena todo fue en picada y entiendo si no me perdonas, sé que te arruiné la vida...

—Dolores, lo siento mucho. De verdad, no quería destruir la Casita ni dejarlos sin dones. Intentaba ayudar y todo se salió se control. Y si estás enojada, lo entiendo, no quería arruinarte la vida...

Al escucharse decir casi lo mismo, ambas soltaron una risita nerviosa y se vieron confundidas.

—Eso fue...

—Raro.

—Muy raro.

—Sí...

—Entonces, ¿tú... No me odias?

—¿Qué? ¡Para nada! Jamás te odiaría por eso. Y... ¿Tú... Estás molesta conmigo?

—No, por supuesto que no. Hiciste lo que pudiste por la familia y... Estuvo bien.

—Oh, pues... Genial.

—Estamos bien. Yo... Mmm...

—¿Quieres un abrazo?

—Creo que sí.

—¡Ay, ven acá! ¡Necesitas un abrazo!

La tía Dolores no lo aguantó más y fue corriendo hacia la tía Mirabel. Ella la envolvió con cuidado entre sus brazos y se quedaron un rato ahí.

✨No se habla de Mirabel✨ || Encanto AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora