Capítulo 10

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Paige Kiptniz.

Movía distraidamente la cuchara en mi cereal, haciendo pequeñas olas en la poca leche que me quedaba. Era domingo y me había despertado temprano, bueno, en realidad me costó dormirme, di varias vueltas en la cama, frustrada por no conciliar el sueño.

Claro que sabía el motivo de eso, no quería que mi mente se atormentara con ciertos pensamientos, pero me era difícil.

Me frustrada mucho que un día podía estar bien, tranquila y al siguiente todo cambiaba.

— Buenos días —Luna aparece con su mochila al hombro.

La saludo con la mano, ella va al refrigerador por un yogourt y yo sigo moviendo la cuchara en el tazón. Luna nota mi aspecto decaído y me ve con más  atención.

— Estás así por la fecha de mañana ¿no? —mi mirada fue respuesta suficiente—. Paige, solo intenta no pensar en ello ¿vale? Créeme, también es difícil para mí —pasa su mano por encima de la barra para tomar mi mano—. Juntas saldremos de esto.

Veo sus ojos y estos me trasnmiten fortaleza.

¿Como ella podía ser tan fuerte ante todo? Yo a su lado era muy débil.

— Lo sé —respondo dándole una media sonrisa—. Ve con cuidado y mucha suerte en la universidad.

— Gracias. Sabes que cualquier cosa puedes llamarme —asiento—. Intenta no quedarte en casa todo el día ¿si? Sal a caminar con Estef o algo. Estar encerrada todo el día puede ser agobiante.

— Iré a ver a Dina. Quizá se quedó dormida, es extraño no verla aquí desde temprano.

Acompaño a mi hermana a la puerta y la despido. Entro de nuevo para ir a quitarme mi pijama de conejitos y salgo de la habitación.

Cuando me quedaba en casa, solía estar tranquila. Hacía tarea, limpieza o algo. Ahora la casa me daba una sensación horrible, mucho silencio, vacía, fría y solitaria. Normalmente si se sentí así, pero ahora era mas. Todo esto se debía a la fecha de mañana.

Camino por el pasillo y antes de salir de la casa, veo la foto que esta en la pared: eramos mis padres, Luna y yo al lado de un muñeco de nieve. Tenia ocho años, recuerdo muy bien esa navidad; hicimos un muñeco de nieve, también ángeles de nieve, nos lanzamos en trineo y mamá horneo pastel navideño. Detallo el cabello oscuro de papá y los ojos claros de mamá.

Los extraño...

Aprieto mis labios y salgo de la casa. No era la única foto de ellos en la casa, de hecho, habían unas cuantas en la sala y por el pasillo de las habitaciones, pero en estos momentos no era buena idea verlas, no para mi.

Me paro frente a la puerta de Dina y doy dos toques, nada. Vuelvo a tocar y al no tener respuesta, tomo la llave oculta tras una de las tantas macetas que tiene en su porche y abro.

Ojeo la cocina y no hay nadie, tampoco en la sala, ni el jardín, así que voy a su habitación y ahí esta esa viejita linda de cabellos plateados. Sonrió y me acerco a ella.

— Hola, viejita —ella se gira y me sonríe.

— Hola, mi niña —me acerco para abrazarla.

Noto algo irregular su respiración y hace un gesto.

— ¿Estas bien? —veo su rostro asegurándome de que se encuentre bien.

— Solo me duele un poco el pecho, hija. No te preocupes.

— ¿Ya tomaste tus pastillas? —entrecierro sus ojos. Sabía que no le gustaba tomar patillas.

— Si —responde como niña pequeña regañada.

Al final de la noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora