Capítulo 23

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Andy Beck.

Si segundos antes me hubiera dado cuenta que lo dicho del auto de Marco era solo una distracción para que saliéramos del baile, las cosas hubieran sido diferentes. No la hubiera dejado sola, me habría quedado con ella y sacado de aquel lugar, evitado que aquel imbecil la tocará.

Pero el maldito problema es que el hubiera no existe.

Mi mente ahora es un lío de recuerdos borrosos.

Un grito.
Un choque.
Mucho Humo.
Vista borrosa.
Una ambulancia.
Oscuridad.
Paige.

Abro los ojos sentandome de golpe y el blanco de la habitación lastima mis ojos, mi cuerpo lastimado reclama con dolor mi movimiento brusco. Observo unos segundos para identificar donde estoy. La habitación de un hospital.

Me sentía fatal, tanto física como mentalmente.

Los recuerdos de la discusión vienen a mi mente. Oh, no.

Siento dolor en mi costilla derecha, mi cabeza me da una punzada y siento el cuerpo mayugado. Duele, mis piernas duelen, mis brazos, mi cabeza, cuello y todo mi cuerpo. Con mi mano arrancó la intravenosa que está en mi brazo y hago un gesto de dolor. El lado izquierdo de mi cabeza palpita y me obliga a cerrar los ojos un segundo para calmar el dolor.

— Cariño —mi madre ,quien estaba en un sofá en la habitación, se pone de pie rápidamente y se acerca a mi—, despertaste —su voz es de alivio. Un poco desconcertado veo sus ojos los cuales están rojos e hinchados como si hubiera llorado por años.

— ¿Donde está, Paige? —pregunto de inmediato. Es ella la que me importa en estos momentos.

— Iré a decirle al doctor que ya estas despierto, ahora vuelvo.

—Mamá —le llamó pero ya ha salido de la habitación.

Todo me dolía, pero debía ver a Paige, ver que estuviera bien  y pedirle una disculpa.

Bien hecho Andy, una vez más te comportaste como un idiota. Me regaña mi conciencia.

Con algo de dificultad me levanto de la cama y por un momento todo me da vueltas. Me sostengo en la pared notando la bata (totalmente cerrada) de hospital que tenía puesta, llegaba abajo de mis rodillas y tenía un color celeste.

Unos segundos después cuando me siento más estable, camino a la puerta y salgo de la habitación. El frío del aire acondicionado hace estremecer mi cuerpo. Checando que no hay nadie que me detenga, camino torpemente a paso rápido viendo a los lados en cada pasillo.

— Joven —aparece una enfermera frente a mi—. ¿Que hace aquí? Debe regresar a su habitación a descansar.

— No, tengo que ver a mi novia.

— Eso será luego, ahora debe descansar —ordena—. Regrese a su camilla, por favor.

— No —digo firme—. No regresaré ahí sin antes ver a mi novia —la enfermera estaba a punto de decir algo, pero otra voz la interrumpe.

— Yo me encargaré —volteo hacia donde viene aquella voz y veo a Marco. Sigue con el traje, su cabello es un lío y su rostro peor—. Yo lo llevaré a su habitación —vuelve a hablar, antes de que la enfermera proteste. Lo piensa unos segundos y me deja con Marco.

— ¿Marco, dónde está Paige? —él se acerca a mi y me toma del hombro para caminar, de regreso a la habitación.

Su expresión me empezaba a alterar. ¿Por qué no decía nada?

Al final de la noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora