Capítulo 13

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Javier esperó a que Katherine se llevara a su nieta a la habitación antes de acuclillarse al lado del cuerpo inconsciente del Engendro, que respiraba calmadamente sumido en un profundo sueño cortesía del golpe que le había propinado Raven. El propietario de la casa se aseguró de que el experimento no se iba a despertar aún, y de que tenía el tiempo suficiente para llevarla al sótano sin ponerse en peligro, y tras asegurarse, se levantó con la mirada fija en el cuerpo del intruso, fue hacía la zapatera situada a mitad del pasillo, abrió el cajón y extrajo dos vendas acolchadas que se ajustaban a la forma de las zarpas del Engendro, sacó también un bozal, no le apetecía acercarse demasiado a los afilados colmillos que podrían desgarrarle el cuello de un solo mordisco.

Después de armarse con todos los elementos de protección necesarios para poder trasladar al Engendro de manera segura, cerró el cajón y volvió sobre sus pasos, ajustó las vendas en las garras y el bozal en su boca, apretándolos cuidadosamente para evitar sorpresas mientras movía el cuerpo. Cargó el cuerpo del Engendro sobre sus hombros con poco esfuerzo, y cuidándose de no hacer ruido, lo último que quería era llamar la atención de la joven que estaba en el piso superior vigilando el estado de su nieta. Tengo que darme prisa, pensó Javier mientras se dirigía a la trampilla oculta de la cocina, la abrió, y la oscuridad que reinaba en el sótano huyó despavorida, alejándose de la potente luz que entraba por los ventanales de la cocina. Se recolocó el cuerpo del Engendro antes de entrar y cerrar la puerta a su espalda, haciendo que todo a su alrededor se sumiera en la más profunda oscuridad, pero eso no ralentizó su avance, estaba más que acostumbrado a bajar esas escaleras. Descendió rápidamente, encendió la luz y la obra más importante de su vida se iluminó frente a él; el laboratorio por el que se había visto obligado a abandonar la sociedad mágica, el lugar en el que había creado todo lo que siempre había soñado; el único lugar en el que se sentía feliz, tranquilo, satisfecho, pero lo más importante, sentía que no tenía que llevar una máscara, era lo que quería ser, y nadie podía hacer nada para impedirlo.

Javier se alejó del pie de las escaleras y avanzó junto a las mesas de metal, repletas de tubos de ensayo llenas de sustancias de diferentes colores, pasó delante de las estanterías donde guardaba su material de trabajo, de las vitrinas, en las que lucían sus éxitos y sus fracasos, para nunca olvidar que todo con trabajo y perseverancia se consigue, que no importaba si había fallado a la primera, era cuestión de practica conseguir el objetivo final. Mientras trabajaba en el laboratorio de El Edificio, en su sala también tenía una vitrina que cumplía la misma función que la que tenía ahora en casa, era algo que le ayudaba a mantener los pies en la tierra, aunque sus compañeros y su hija mostraban un claro rechazo, a lo que ellos consideraban una aberración, pero para él era arte, su obra, con todos sus matices, y disfrutaba observándola, buscando nuevas técnicas para mejorar los éxitos y otras alternativas para reutilizar sus fracasos.

Javer colocó al Engendro en la camilla metálica que se encontraba en el centro del laboratorio, y en el momento en el que su piel entró en contacto con el frío metal su piel se erizó, pero no se inmutó, estaba más que acostumbrado al frío que hacía en esa sala oculta bajo la cocina. Sus trabajos, a pesar de estar protegidos por vitrinas o dentro de los tubos de ensayo, tenían que conservarse en temperaturas bajas para que no se corrompieran o los resultados se vieran afectados. Por eso, una vez que se trasladó definitivamente a su casa, pasó varios días encerrado en el laboratorio, sin salir, amoldándose a las bajas temperaturas que eran necesarias en esta sala, ya que se negaba a perder el tiempo y movilidad abrigándose cada vez que quisiera bajar a trabajar.

Estiró el cuerpo de la criatura con cuidado de no aflojar los protectores por error, y lo ató sus extremidades con las correas que había instalado en cada esquina de la camilla, además de asegurar su torso y los mulos con otras dos. Toda precaución era poca, ya había aprendido por las malas que, a los seres vivos, si es que se puede llamar ser vivo a esta cosa, pensó, no le gustan que hagan experimentos con ellos; y mucho más si están despiertos.

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora