Tu y yo somos uno

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No habían logrado despegar sus bocas ni en el interior del ascensor.

El deseo los consumía por dentro, necesitaban saciar la sed de cuerpo ajeno que tenían.

Para su suerte, no había ojos curiosos merodeando por los pasillos del piso. Caminaron a tropicones hasta llegar a la puerta del cuarto de Camus.

Cómo pudo, pasó la tarjeta que le permitía abrirla. Milo no daba tregua al manoseo que le brindaba a su cuerpo.

Una vez dentro se desató el incendio.

De un portazo cerro la puerta y la aseguró. No permitiría está vez que nadie los interrumpiera. También apagó los celulares. El mundo podía destruirse allí fuera, ellos satisfacerian su necesidad carnal.

Arrinconó al francés de cara a la pared, mientras colaba sus manos por la camisa y ropa interior.

- No te das una idea de lo que he esperado este momento - jadeaba en su oído a la vez que refregaba su falo en el trasero de Camus - te deseo y está noche serás mío.

- Está y muchas más. Seremos uno sólo - contestó el de cabellos viridian.

Condujo a Camus hacía la cama. Las suaves sabanas, color blancas, recibieron ambos cuerpos para acobijarlos en un mar de pasión.

El hombre bajo suyo, temblaba deseoso por ser desnudado. Y así fue, Milo mientras besaba esos dulces labios, que aún tenían un tinte de sabor a vodka afrutado, desabrochaba lentamente su camisa. Botón por botón despojaba al acuariano de sus prendas.

El acuariano se apoyó sobré sus antebrazos, así facilitaría el trabajo de Milo. Dejó de besarlo para admirarlo por un momento, perderse en ese perfecto rostro griego y en sus turquesas que lo miraban destellante y llenos de amor.

¿Lo amaba? Si, desdé el primer día que lo vio ahí, parado en el escenario acompaño de su guitarra.

La camisa fue deslizada por los hombros seguido por los delegados brazos. Jadeó cuando los labios del rubio se encontraron con su clavícula.

Se quedó en la misma posición mientras dejaba que el heleno recorriera con sus manos y lengua todo su pecho.

Finalmente llegó a esa parte de su anatomía que exigía atención a gritos. Con sus manos avilés, despojó las bermudas color crema.

- Dioses, quieres matarme - susurró el rubio al descubrir la trusa de encaje color roja que llevaba puesta el hermoso doncel sobre la cama.

En el baño no había tenido oportunidad de admirarla, de echo no se había dado cuenta que la llevaba puesta. Estaba apurado y la luz era escasa en ese momento.

Acarició con su dedo pulgar el elástico de aquella sensual tela.

Se reincorporó para despojarse él mismo de la ropa que aún lo cubría. Quedándose únicamente con el bóxer blanco.

Con sus blancos dientes, sostuvo la trusa, lentamente la fue resbalando por las perfectas piernas del francés. Le excitaba ver cómo el encaje rosaba la piel desde sus muslos hasta las pantorrillas.

- Eres hermoso - jadeó por un momento.

Verlo totalmente desnudo a su merced, tan perfecto, delicado y entregado, le secaba la garganta.

Le regaló una de sus sonrisas más pícaras que sus labios pudieron crear. Sin más preámbulos, acercó su rostro al miembro deseoso de Camus.

Lo besó, lamió, chupó, jugó y le hizo todo lo que su basta experiencia sabía.

Los gritos de Camus le decían que estaba haciendo un buen trabajo.

El francés al sentir como el escorpiano le estaba devorando el miembro, tiró la cabeza hacia atrás aferrando más sus manos a la cabeza ajena.

Gracias a ti #pgp2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora