Paraíso de amor

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La luz de un nuevo día se hacia presente dentro de la habitación donde los amantes se entregaban a la pasión.

Habían logrado dormir una horas y despertar con más deseo que la noche anterior.

En esa paredes, sellados  en su mundo, los gemidos placentero que salían de la boca de Camus era todo lo que se escuchaba en el ambiente.

Se estaban entregando al erotismo y sus bajos instintos sin tregua, recuperando todo el tiempo que habían perdido.

— Ahhhh Milo, ¡Por todos los dioses griegos! — gritaba y gemía sin control vociferando — ¡Dios bendigan Grecia!

El heleno en un intento desesperado, atrapó los labios del francés, así con esto podía evitar que todo el piso, incluyendo su familia, se enteraran que el orgasmo matutino de Camus estaba llegando.

Las estocadas del escorpiano se hacía cada vez más intensas y profundas golpeando aquel punto dulce que hacía delirara al hombre bajo suyo.

Soltó sus labios con la intención de tomar aire y eso permitió al acuariano volver a gritar el goce que su pareja le hacía experimentar. Milo era un dios en la cama, de eso no tenía dudas.

— Aahh Cam ... Aahh mí amor... Voy, voy a terminar — el rubio aceleró sus movimiento convirtiéndolos en violentos cosa que a Camus lo llevo a la cúspide del placer.

Con un grito incontrolable, el aguamarina hizo explotar su orgasmo, manchando el abdomen del griego con su elixir. El otro hombre, se dejó caer totalmente sobre el cuerpo debajo suyo, hundiendo su rostro en el cuello de Camus, mordiendo con saña mientras derramaba todo su semen dentro de él... Dejando una marca que en unos minutos sería muy notoria.

Ambos, exhaustos, se dejaron caer sobre las blancas y suaves sábanas de la cama que había sido testigo de aquella entrega  eterna que había durado casi toda la noche y parte de la mañana. Sus pechos subían y bajaban desesperados buscando calmar la agitación que los dejó sin aire.

— Te amo Cam — logró pronunciar entre bocanadas extensas intentando llenar sus pulmones con aire.

Volteó su cuerpo para mirar ese bello rostro que lo tenía suspirando cada vez que lo veía, esos ojos de un color azul tan oscuro y profundo como el océano Atlántico, que usualmente solían tener un tinte de frialdad, pero en ese instante, lo miraban con ternura y devoción. Podía estar horas mirándolo y jamás se cansaría de admirar la perfección de sus fracciones, sus finos labios y sus características cejas. Sin duda era el rostro más hermoso que había podido admirar.

Una sonrisa se dibujó en los labios del galo al ver el rostro del griego perdido.

— También te amo, Milo — contestó, acercando su rostro para besarlo con pasión y sin pensarlo, Milo volvió a subirse arriba de Camus.

Un ligero golpe en la puerta de la habitación interrumpió el momento, que seguramente terminaría en otra entrega pasional.

— Debe ser Degel — suspiro el francés — creo que es hora del desayuno.

— No quiero salir de esta fantasía — rió mientras llenaba de besos la cara del galo.

— ¡Milo! Ya suéltalo — se escucharon los gritos de Kardia y un regaño a este por parte de Degel por su falta de discreción — sus hijos están preguntando por ustedes.

Ambos rieron aún acostados en la cama, uno encima del otro.

— Creo que dejaremos esto para más tarde, Milo.

El nombrado se levantó de la cama frustrado, aunque no del todo, ya que tenía planeado algo especial para cuando volvieran a Francia. Debía  asegurarse de hablar con Ángelo para que la casa del viñedo estuviera lista.

Gracias a ti #pgp2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora