El beso del adiós

232 17 411
                                    

El español había dejado atrás la casa de Camus hace mucho. Manejaba algo rápido e inconsciente.

Estaba enojado, frustrado y hasta dolido, si. Sus emociones estaban al límite para este punto de su existencia. Dios santo, no estaba molesto por lo de Aioros, eso era algo de segundo plano y quizás este ni lo sabía.

El único causante de su dolor era él mismo, él y su necedad de amar a alguien que jamás lo vería más allá de un amigo. No podía culpar a Camus ni a Milo, ninguno tenía la culpa de sus sentimientos ni de su empeño en callarlos.

Sabía que había dejado a Aioros sin darle ninguna respuesta concreta a la acusación de amar al francés y ciertamente no pensaba que nadie debía de escuchar aquella afirmación más que el mismo Camus.

¿Valía la pena decirle a su amigo que lo amaba más que a nada en este mundo? Estaba esperando un hijo de otro hombre, con el cual se casaría pronto, no era el momento apropiado. Sin embargo él necesitaba sacar ese sentimiento, esas palabras certeras de su sistema, así de una vez por todas, encontraría ese alivio en su corazón que estaba necesitando hace mucho tiempo.

Sin darse cuenta, había manejado fuera de la ciudad, a una vieja y abandonada casona que él y los gemelos usaban como refugio para fumar hierba y pasar el rato lejos de la vista de ojos curiosos cuando eran adolescentes.

Estacionó su deportivo y bajó de este sin pensarlo, necesitaba aire, se sentía asfixiado por sus propios pensamientos.

Prendió un cigarrillo mientras se apoyaba en el auto a mirar la vieja construcción. Frunció el ceño enojado y arrojó una piedra, que encontró a sus pies, con la intención de romper algunos vidrios que habían sobrevivido al paso del tiempo.

Su corazón estaba atormentado y la adrenalina al tope, pensaba que desquitándose con la casa aliviaría su pesar.

Luego de una hora de meditación y 4 cigarrillos, unas luces de automóvil cegaron su visión hasta que este se estacionó junto al suyo... Era Cid.

- ¿Papá? - preguntó el español extrañado de ver a su padre en ese lugar.

- Hijo, mí niño - Sin decir más, el cardiólogo abrazo a su hijo provocando que esté comenzará a llorar instantáneamente - Shhh, eso mí pequeño, llora y desahógate.

El cuerpo del ginecólogo se sacudía espasmódicamente al compás de los sollozos que producía. No sabía cuando tiempo había aguantado eso y en los brazos de su padre es que logró al fin sacar todo ese malestar que tenía guardado.

- Duele mucho papá - confesó entre medio de lágrimas - no puedo más papá, ya no.

- Lo sé hijo, lo sé - consoló mientras acariciaba su cabello con amor paternal - ven vamos a sentarnos allí - señaló y guio a su hijo hasta un pequeño paredón ladero a la construcción.

Ambos hombres se sentaron allí, bajo el cielo oscuro y la brisa nocturna acompañándolos.

- Ten - el mayor le ofreció una petaca que tenía guardada en su abrigo - bebe un poco -Shura lo miró sumamente extrañado, ¿Desde cuándo su padre traía una petaca en su bolsillo? Restándole importancia, la aceptó y bebió un trago que le hizo fruncir la cara de lo fuerte que era - No le digas a tu madre - ambos rieron.

Ciertamente Cid era la persona que más admiraba en el mundo, su profesionalismo y seriedad ante todo, pero estando en la intimidad de la familia y amigos era divertido y amoroso. Amaba las reuniones familiares y sobre todo cuando estás eran junto a su mejor amigo Krest, ambos adultos les gustaban gastar bromas a los demás.

Siempre estuvo para él cuando lo necesitaba y ahora no iba a ser la excepción. Eso amaba de su padre y deseaba ser como él algún día.

- No lo haré - sonrió - ya que estamos en esos momentos - de su bolsillo saco uno de "esos" cigarrillos que en su adolescencia compartía con Saga y Kanon.

Gracias a ti #pgp2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora