Capítulo 9 - Parte 2

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-Mamá, Omar está afuera.

-Dije que te iba a llevar yo- me recuerda.

Iba a hablar cuando mamá interrumpió.

-Está bien, confío en tí. Cuídense. Me envías fotos porfavor- dejándo plasmado un beso en la frente.

Sosteniendo la cartera pequeña; dentro se encontraba los celulares y las llaves de la casa. Mamá nos abrió la puerta. Al salir, pude visualizar a Omar. Vestía un esmoquin completamente negro. Se veía muy elegante.

-Que guapo- piropeé.

Sale del coche rojo y nos contempla a las dos haciendo una reverencia.

-Guapas ustedes. Si no fueran mis amigas les coqueteara.

Reímos sin despegar los labios.

De camino a la fiesta. Miré por la ventana. La carretera estaba iluminada. Los autos pasaban. Omar iba manejando, Dahlia estaba en el asiento de copiloto y yo atrás.

Hubo una vez que fuí a una fiesta gigantesca y repleta de elegancia. Brillos, flores, lentejuelas, escarchas. Eran los quince años de la hija de un amigo de papá. En esa época tenía once años. Mamá compró un vestido rojo para ella y rosado para mí. Me sentía como una princesa. Pero al ver a la quinceañera, fue como mantequilla reemplazada por ketchup.

Pero luego comí fresas remojadas en chocolate y se me pasó.

No soy muy fanática del brillo. En kinder había una niña que todo, absolutamente todo, le ponía brillos. Los dibujos, los cuadernos, las letras, hasta su ropa. Le faltaba era comérselo y pasar de un cuerpo a bola disco.

De grande. Los que seguían en el colegio en nuestro salón, le recordabamos. Y de hecho, todavía seguimos recordandole lo intensa que era con las escarchas. Esa niña nada más y nada menos, era Dahlia.


La chica gótica que es hoy en día, detesta los brillos.

En fin, la hipotenusa.

O solo cambió de gustos.

Nadie pidió tu opinión.

Llora pues.

El coche giró a la derecha. Ví al otro lado de la ventana. Habíamos entrado en una urbanización. Pero esta no era una urbanización normal, claro que no. Eran mansiones tras mansiones cuadradas pintadas de blanco. Unas tenían ventanales gigantes, otras las tenían moderadamente. Algunas constaban de cerámica. Las puertas eran enormes, unas marrones, negras o blancas. Los jardines de enfrente eran preciosos, los árboles con formas, otras palmeras. E incluso un flamenco, ¡Un flamenco real!. Y sin hablar de las bellezas de carros.

Dios, quiero ser millonaria.

Visualizamos la casa, no perdón, la mansión. Era la penúltima. Habían muchos automóviles estacionados. Algunos estudiantes hablaban y bebían afuera. Las chicas lucían vestidos muy bonitos, los chicos un esmoquin o solo pantalón de vestir y camisa. Omar se estacionó y bajamos.

Cuando la Imaginación se DesbordaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora