III. LA CUEVA

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Karamat dirigió a Noah bosque adentro

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Karamat dirigió a Noah bosque adentro. Las criaturas que habitaban el lugar se quedaban a ambos lados del pequeño sendero observándolos caminar. Ni siquiera el más feroz, que era claramente temido por los otros, se atrevió a mover un músculo.

Respeto.
Eso era lo que sentían todos aquellos animales gigantescos hacia Karamat. Él nunca había dejado que alguien le hiciera algo a ellos o al bosque, y cada una de las cosas que hacía era en pos de asegurar la protección del lugar. Por otro lado, su hermana era mucho más sombría: nunca se dignaba a salir de su escondite pues alegaba odiar la luz del sol; y no gustaba de la presencia de otros, o al menos eso era lo que su hermano intentaba creer.

Aquellos animales la habían visto al menos diez veces únicamente en lo que llevaban de vida, y eso era solo cuando se molestaba con Karamat y tenía que buscar el agua del río ella misma. Aunque nunca saliera de aquel oscuro lugar durante las horas de luz solar, los animales sabían que ella también los protegía a su manera, velando por ellos mientras todos dormían, y por eso le guardaban un gran cariño a ella también.

Noah comenzó a divisar a lo lejos, entre los inmensos troncos de los árboles, una pequeña cueva. Al llegar, Melville se quedó en el exterior de esta comprobando su posible resistencia y Karamat, que pareció entender lo que hacía el hombre, se volteó a mirarlo:

—No se va a caer —aseguró—. He estado aquí los veintitrés años que llevo vivo. No se va a caer.

Melville le dio una breve mirada al chico y siguió examinando la entrada. Karamat puso sus ojos en blanco y caminó hasta Noah, quien sí había entrado a la cueva y se encontraba inspeccionando los dibujos contenidos en las paredes.

—¿Qué significa? —preguntó, palpando con la punta de los dedos la pintura seca.

—Estaban aquí incluso antes de que yo naciera —comentó el nativo. Luego se paró de brazos cruzados a un lado de Noah—. Se dice que en esta isla vivió Abraham Arleck, el primer usuario mágico de Hielo de la historia.

—¿Abraham Arleck? Él era uno de los cuatro sobrevivientes, ¿verdad? —interrumpió Noah.

—Exacto —dijo y, después de una breve pausa, continuó—. Cuentan que cuando llegó a la isla se escondió en esta cueva. Dicen que para evitar caer en la locura comenzó a dibujar en las paredes, y que un granjero que vivía a las afueras de este bosque entraba de vez en cuando a esta cueva a traerle comida. Un día, el granjero llegó a la cueva buscando al chico, pero este se había ido. No obstante, en las paredes pudo apreciar su obra completa. Lo que Abraham había dibujado en las paredes narraba algo real, pero el granjero no sabía qué, así que esperó. Esperó semana tras semana al chico para que le explicara qué significaba aquella historia...

—Nunca volvió, ¿cierto? —susurró Noah.

Karamat le dedicó una mirada, melancólico, y volvió a centrarse en las pinturas.

Sunshine [Herederos Mágicos #1] © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora