IX: EL BARCO

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Noah abrió sus ojos con dificultad

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Noah abrió sus ojos con dificultad. Su cabeza aún daba vueltas y la poca luz que poseía la habitación no ayudaba.

Fue cuando trató de frotar sus ojos que se dio cuenta que sus manos estaban atadas a su espalda y un pulido grillete adornaba su cuello. La cadena de este se extendía hasta quedar enganchada a una polea que colgaba del techo metálico y se balanceaba hacia los lados por el leve movimiento de la habitación. Todos los músculos de su cuerpo palpitaban y un dolor gigantesco brotaba de la herida detrás de la venda que acompañaba su frente.

—¿Dónde estamos? —le preguntó entre jadeos a Karamat, que estaba sentado a su lado.

Su cuerpo se veía menos demacrado que el de Noah, pero la cantidad de cadenas que retenían al nativo de Deigh eran casi el triple que las de él. Noah, además de la de su cuello y manos, poseía una en cada tobillo. Pero el caso de Karamat era diferente: a pesar de tener las mismas cadenas que Noah, su torso también estaba completamente amarrado a la columna más gruesa del cuarto; los dedos de sus manos habían quedado inmovilizados por las cuerdas que habían entrelazado entre ellos. Aún así, sin apenas poder girar su rostro para mirarlo, le contestó:

—Estamos en un barco —señaló lo obvio—. Nos llevan como prisioneros a Allvar.

Noah agachó la mirada por un segundo y luego la levantó otra vez para darse cuenta que había alguien más en la habitación. En la esquina más alejada pudo distinguir, después de que se dilatara su pupila, la figura de un hombre. Su cuerpo robusto se fundía con la total oscuridad que su lugar le propiciaba. El hombre poseía igual o mayor número de cadenas que Karamat. ¡Todas ellas clavadas al suelo a su alrededor!

El hombre también alzó la vista, y fue entonces cuando Noah le habló:

—¿Quién eres tú? No recuerdo haberte visto en la aldea.

El hombre guardó silencio por un momento. En algún momento, su voz ronca llenó la habitación:

—Yo no soy nadie.

Noah pareció estar conforme con su respuesta, pero Karamat evitó que se apagara la débil llama de la conversación:

—La temperatura de tu cuerpo está muy elevada —notó—. Nunca había visto algo así. ¿Quién eres?

El hombre aclaró su garganta.

—Había una vez un chico que sufría de abuso en su colegio por ser el hijo de un hombre que imaginaba más de lo que hacía— comenzó—. Una mañana, su padre se encerró junto a él en su cuarto y le habló sobre lo que significaba ser un hombre. El chico, después de escuchar la explicación de su padre, quedó decidido a ser mejor persona de lo que era. Los días pasaron y su autoestima continuó bajando debido a que su motivación de poco había servido —se detuvo un momento para toser y luego continuó—. El padre, mientras el chico dormía, le inyectó anestesia general y comenzó a experimentar con el cuerpo de su hijo. Después de un año, el niño llegó corriendo al ayuntamiento pidiendo ayuda para su padre. El niño guió al oficial hacia su casa, que se encontraba al doblar la esquina, y cuando el policía entró a la habitación encontró al padre del niño incrustado en el suelo como si fuera un insecto al que acababan de pisar. El niño reprimió tanto el trauma de aquel momento que acabó olvidando todo lo ocurrido hasta entonces. Ese niño se unió a una academia militar y terminó siendo uno de los más importantes en su tierra natal... Pero en una misión, el chico, que ahora era todo un hombre, se enfrentó a alguien que le hizo recordar todo lo que había reprimido...

Sunshine [Herederos Mágicos #1] © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora