-Baji...
No hubo respuesta.
-¡Baji! -repitió Draken.
-¿Qué, qué? Uh, estaba en otra. Decime.
-No, nada, justamente te quería hablar de eso. Mirá, vamos a dar una vuelta y de paso tomamos aire, que no nos vendría mal con esta resaca.
La alusión a la noche anterior sí que le venía mal, pero era un capricho tonto; no tenía por qué quejarse, y sabía mejor que nadie que cuando Draken dejaba ver su lado comprensivo era mejor aprovecharlo, por poco que durara.
-Dale, sí... tenés razón, esperame cinco minutos que me limpio un poco.
Minutos después, Draken suspiró y decidió no retrasar más la cuestión.
-¿Qué te anda pasando?
Su amigo no se molestó en disimular la preocupación, tanto en su tono como en su semblante. Baji lo apreció.
-Bueno... ¿te acordás cuando te conté que andaba complicado con la facultad?
-Sí...
-Resulta que me confié mucho, ¿entendés? Dije "es un curso de ingreso, lo apruebo de taquito", y las pelotas que lo aprobé de taquito. Mi vieja se puso bastante triste y yo me frustré, por mí y por ella. Es una pelotudez eh, no te preocupes, pero viste que uno a veces divaga para el lado equivocado, y me puse a pensar que capaz no me daba la cabeza, no es la primera vez que intento aprobar esto. Yo me esperaba que la carrera de veterinaria fuera difícil, sí, pero no tanto el ingreso...
-Mirá hermano, ya te dije banda de veces que sos muy capaz, ¿no?
Baji asintió.
-Sé que es más fácil para mí hablar, que para vos hacerlo, así que no te voy a hinchar los huevos con eso. Cuando uno se estresa, se estresa; pasa todo el tiempo. Si necesitas descontracturar y que salgamos uno, dos, o diez viernes y nos tomemos hasta el agua de la zanja, vos decilo y ahí vamos a estar, y si necesitas...
Draken fue frenando de a poco y puso su mejor expresión pensativa.
-¿Qué pasó?
-Pará... ¿sabés que creo que me acordé de algo? Había visto un... -empezó a chasquear los dedos, intentando acordarse- un coso de esos... ¡Un cartel! ¡Un cartel de un profesor particular, boludo!
-Ahhh... ¿vos decís? -Baji no sonaba muy convencido.
-Sí, yo digo, pero ayudame a buscar, que se me va...
-¿Qué cosa se te va, boludo? -Baji no pudo evitar reírse apenas; de repente su amigo estaba muy comprometido con la causa.
-El lugar donde lo ví... ¡Ya sé! Creo que me acordé, vení, volvamos al taller y sigamos de largo para la casa de Inupi, por ahí era creo.
Baji lo siguió, avergonzado y agradecido. Al menos no hizo falta que siguiera hablando y le agregara más peso melancólico a la tarde.
De paso, también agradeció no haber llegado a un punto donde fuera inevitable contar que todavía se acordaba de un chico de la noche anterior, y ni siquiera se habían besado. ¿Qué le pasaba?
-¡Acá está! -gritó golpeando una pared con varios carteles pegados, y se dio vuelta tan rápido que la trenza casi le golpeó la oreja.
-A ver, dejame ver... -Baji leyó el volante y se esperanzó. Parecía que se trataba de un estudiante de veterinaria de segundo año que daba clases particulares de todas las materias del ingreso, aunque sólo lo iba a necesitar para dos de las primeras tres, y rezaba que no fuera ninguna más.
-Ya sé que parece que me lo saqué del culo, -aclaró Draken- pero lo ví de casualidad, y en este momento es lo único que puedo ofrecerte en temas de estudio. Si necesitás podemos buscar...
-No, no. Creo que está bien.
Baji sacó el teléfono y agendó el número. Anoche debería haberle pedido el número a Ojitos Celestes. ¿Cómo se llamaba? Bueno, no importa. Mejor si no me acuerdo.
-Listo, capo. En casa le mando un mensaje, te agradezco. Vení, te merecés una cervecita.
Draken hizo una mueca. Casi que la mención de alcohol le recordó a su resaca que tenía que hacerle doler la cabeza un poco más.
Pero una cerveza era una cerveza, así que se dejó llevar del hombro por su amigo, agachándose un poco por pura costumbre.La luna brillaba, y Baji se habría ido a dormir más temprano que nunca si no estuviese cocinando en aquel momento.
Bañado, algo descansado y revitalizado, preparaba la salsa para acompañar los fideos, cuando el sonido tenue de su celular vibrando sobre la mesada captó su atención.
"Hablale al profesor, salamín" leía la vista previa del mensaje. Baji sonrió mientras se preguntaba cómo supo Draken que se le había olvidado.
Unos minutos después, Baji se comunicó con el número nuevo, y otros minutos más tarde el intercambio había terminado.
El resultado fue simple:
Un nombre, Chifuyu Matsuno. Sintió que quizás había varios chicos llamados de forma similar, porque el nombre le sonaba, pero dejó pasar el pensamiento.
Una dirección, no muy lejos de la facultad, y a una distancia aceptable de su casa. Le servía.
Amabilidad. Claro que también le servía.
Un día, una hora, y un cronograma de estudio claro y ligeramente intimidante que demostraba sin lugar a dudas que el muchacho se tomaba en serio lo que hacía.
Debería haberle preguntado la edad, pensó. No era importante, pero era una curiosidad válida. Debería haberle pedido el número a Ojitos Celestes, pensó también, y le dieron ganas de pegarse una cachetada por volver a divagar.
Se forzó a concentrarse en sólo dos cosas: la esperanza de aprobar, y que no se quemara la salsa. Otra vez.
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El Profe
RandomBaji, fiel a su principio de no creer en el amor, se desconcierta al descubrir que no puede olvidar al rubio de ojos celestes que conoció una noche. Cuando el universo, casi como una burla, lo vuelve su profesor particular, acaba atrapado entre su e...