13. Traición (La jodita I)

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Reinaba demasiada paz en la casa de Draken como para ser un sábado a la tarde o, al menos, como para tratarse de los momentos previos a una fiesta que no auguraba nada bueno. La calma antes de la tormenta.

Mientras se preparaba para ducharse, se arrepintió de la soltura con la que había citado a Inupi tan temprano, y si bien recibirlo antes era mejor que no recibirlo en absoluto, eran ya las siete de la tarde, y no tendría mucho tiempo de tranquilidad y soledad para prepararse mentalmente.

Mitsuya le había dado el golpe de gracia comentando, sin poder ocultar el tono burlón, que un tal Mikey había preguntado por él, y que el desenlace de la conversación había consistido en él y todo su grupo anunciando que irían a la fiesta del sábado. A esa altura, no le interesaban más detalles.

Draken sabía que Mitsuya había unido todos los puntos, y sospechaba que lo que lo divertía era que el desprecio entre él y Mikey no mostrara evidencia de ser mutuo. Jamás admitiría lo vergonzoso que aquello se sentía, lo mucho que lo desconcertaba no lograr enojarlo de la misma manera en que lo hacía enojar a él y, principalmente, la difusa sensación de que, en el fondo, no le molestaba tanto como debería.

Mientras echaba la cabeza hacia atrás y permitía que las gotas de agua caliente corrieran por su rostro, divagó sobre las posibles razones de lo que estaba sintiendo. Claramente se trataba de algún tipo de atracción, por mucho que quisiera negarlo, así que se contentó con asumir que, así como Mikey probablemente veía un desafío en provocarlo hasta generar alguna reacción, él también podía jugar el mismo juego. Él también podría desconcertarlo en el momento más inesperado, sólo para fotografiar mentalmente el momento en el que abandonara contra su voluntad la sonrisa socarrona, y así poder conservar algo de su orgullo.

Se conformó con eso. Después de todo, era la mejor conclusión a la que podía llegar sin dejar de aferrarse a sentimientos conocidos y aceptables.

A la hora pactada, Inui hizo sonar el timbre. Draken abrió la puerta con el torso desnudo, prueba irrefutable de que no había reunido la energía suficiente para terminar de vestirse a tiempo.

El proceso que había tenido que atravesar Seishu para asistir esa noche había consistido en forzarse a dejar de lado la tristeza que lo abrumaba, volver a su actitud de todos los días y a su natural "cara de ojete", como la habían bautizado sus amigos.

Por el momento no marchaba mal, pero la vulnerabilidad seguía allí, latente, esperando para hacerse con el control de su cabeza en el momento menos oportuno. Y así fue como no pudo desviar la mirada de la espalda del otro mientras caminaba delante suyo, atento a la manera en la que los músculos se le marcaban, sin haber captado lo que este estaba diciendo.

—Eu, ¿estás acá?

Inupi reaccionó, y lo avergonzó darse cuenta de lo temprano que era como para estar derrapando así. No sabía qué quería hacer, no tenía nada planeado; sólo quería sentir algo, lo que fuera, mientras no tuviese nada que ver con Koko.

Aunque dirigir esos pensamientos hacia Draken era una exageración.

—Perdón, ¿qué dijiste?

Draken lo miró mal, pero no dijo nada al respecto. —Te pregunté cómo estás.

—Ahhh, y... ya estoy mejor, qué se yo. No terminé de volver a estar como siempre, pero lo pensé mejor, y creo que la joda me va a venir bien.

—¿Seguro? No hagas boludeces eh, ni se te ocurra tomar merca ni nada...

—Sí boludo, vine específicamente para tomar merca del culo del dueño de casa, ¿no sabías? —respondió sarcástico, devolviéndole a su amigo algo de esperanza. Una respuesta así era propia de Inupi, especialmente teniendo en cuenta que la única sustancia que consumía era alcohol de la mejor calidad.

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