La respiración entrecortada de Baji se hizo insoportable en cuestión de segundos. Rompió el contacto visual, se separó de la pared y comenzó a dirigirse hacia la salida del boliche.
Draken alcanzó a detenerlo sosteniendo uno de sus brazos. —Pará, ¿a dónde vas?
—Donde siempre, no te preocupes. Pero no me vayan a buscar, por favor. Necesito estar solo.
Observó a su amigo con una frustración suplicante, y Draken lo soltó.
Ningún miembro de ninguno de los grupos podía ya fingir que no se habían visto. La compra de bebidas quedó postergada, y se reunieron en un costado de la pista, lejos del alboroto.
El ánimo era tenso: todos habían visto irse a Baji. Chifuyu se hallaba sentado a solas en el sector de sillones, sintiendo que algo en su interior estaba a punto de estallar. Había ido más allá de las ganas de llorar, había sobrepasado niveles inimaginables de arrepentimiento, y su estado actual era la total inacción.
En su cabeza, en lugar de la música que sonaba, flotaban las palabras de todos sus amigos reprochándole el claro error que había cometido. Reconocía que tenían razón, y aquello le había carcomido el corazón lentamente, día tras día. No obstante, también había vivido en carne propia lo difícil que era actuar cuando lo invadía la cobardía.
A pesar de todo, lo que más dolía era la infinidad de posibilidades de qué podría decirle Baji si lo enfrentaba. Ya no había respuesta correcta, y la idea de afrontar cualquier reproche lo aterrorizaba indescriptiblemente.
Descubrió de la peor manera que el amor lo volvía increíblemente estúpido, al punto de herir a la persona que amaba. Se preguntó qué era lo que estaba haciendo, y a dónde pensaba llegar.
Draken saludó a Mikey con un beso breve pero intenso, y una mano en su cintura que no abandonó su lugar.
—Perdón por toda la escena, no podíamos tener más mala suerte —comentó.
—Sí... ¿está bien Baji? ¿No quieren ir con él?
—Alguien debería —comentó Kazutora, algo tenso, pero más que nada exasperado, impaciente.
—No —terció Draken—. Dijo que no lo busquemos.
—Vos sabés que Baji habla mucho, ¿no? —discutió Tora.
Draken suspiró.
—¿Y a dónde fue? —inquirió Mikey, tomando una decisión.
—Donde va siempre que se quiere despejar, a Costanera Norte.
Casi como por arte de magia, Kazutora tuvo una idea y adivinó, arriesgándose, que era la misma que Mikey. Cruzaron miradas urgentes, Kazutora asintió apenas y se alejó, evitándole problemas a Manjiro y, a la vez, dejándolo con Draken a modo de distracción. Draken actuaba con la cabeza, cuando no se trataba de él, pero la intuición y el corazón de Kazutora le decían otra cosa.
—Hola, Chifu —escuchó mientras escondía el rostro en sus manos, refugiándose en la casi nula iluminación de los sillones.
Levantó la cabeza, y vio que Kazutora se sentaba junto a él, finalmente bloqueándole la vista de una pareja de chicas besándose una encima de la otra.
—Hola... —saludó sin ganas, y volvió a su posición. Su mente iba a doscientos kilómetros por hora, y sentía que cada minuto que pasaba sin actuar era una nueva sentencia de muerte. Lo último que necesitaba era una persona más que viniera con algún reproche, pero, al mismo tiempo, no podía pretender otra cosa.
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El Profe
RandomBaji, fiel a su principio de no creer en el amor, se desconcierta al descubrir que no puede olvidar al rubio de ojos celestes que conoció una noche. Cuando el universo, casi como una burla, lo vuelve su profesor particular, acaba atrapado entre su e...