17. El Cielo y el Infierno

45 7 3
                                    

La brisa nocturna acariciaba las mejillas del rubio, algo más fresca allí por dónde se había deslizado alguna que otra lágrima.

Había sentido la necesidad de caminar, de alejarse a pie hasta que sus piernas no soportaran un minuto más sosteniendo el peso de su cuerpo.

No obstante, optó por sentarse en la vereda, no muy lejos de la entrada pero notoriamente fuera del gentío.

Se rió de sí mismo, y se preguntó qué clase de idiota plantaba a alguien a medias, dejándose al alcance. ¿Acaso eso lo hacía más leve? ¿Quería apaciguar lo que fuera que Baji estuviera sintiendo? ¿O era su propia culpa?

No la cagues faltando tan poco, cuando no tengan que verse va a ser más fácil seguir adelante.

Le gustaba mentirse así, lo ayudaba a sobrellevar la triste convicción de que lo suyo con Baji no funcionaría, y el hecho de que igualmente lo quería con todas sus ganas.

—¡Chifu! ¿Qué pasó? —Baji sonaba alarmado, y había pasado unos diez minutos buscando a su amigo dentro del lugar.

Chifuyu se sintió terrible, y peor le hizo saber que tendría que seguir mintiendo.

—Nada... me descompuse un poco y tuve que salir, pero ni te preocupes, en serio.

Baji se sentó a su lado y comenzó a ofrecer una solución tras otra, ya fuera un té digestivo, o recorrer la zona en busca de alguna farmacia abierta.

Cada palabra suya era una punzada de dolor en el pecho de Chifuyu.

—Mejor vamos a casa, ¿sí? Ahora que tomé un poco de aire, pinta que se me va a pasar.

—¿Seguro? Sigo diciendo, podemos buscar una farmacia, o sino mi mamá tiene estos tés...

—No, no —Chifuyu lo detuvo haciendo un gesto con la mano. Su suavidad era tan ambigua que Baji la interpretaba como parte del malestar, sin saber que procedía directamente de la culpa.


Regresaron a la casa del rubio, y este ni siquiera se molestó en encender las luces, dejando que Baji se guiara por el sonido de sus pasos y la iluminación proveniente del exterior.

—Bueno, yo me... tendría que... —Baji comenzó, sorprendiéndose con lo perdido que se encontraba. De repente sintió que sobraba allí, en casa ajena y con alguien que evidentemente necesitaba descansar.

—¿Podés...? —Chifuyu tampoco parecía estar en el culmen de su elocuencia.

—Sí, tengo descargado Uber o Cabify así que seguro pueda conseguir un auto--

—No, no. Me refiero a... si podés... bah, si querés... —intentó, cansado, gesticulando hacia donde se encontraba la puerta de su habitación. La expresión exacta de su rostro no era distinguible.

Baji tardó unos segundos en comprender.

—No... —Chifuyu suspiró— No quiero dormir solo, ¿sí?

Al decir esto, sencillamente fue a su habitación. No era una demanda, ni mucho menos, sino que no quería ver a Baji irse si así decidiera hacerlo.

—Sí, obvio, obvio —accedió finalmente, feliz de tener algo puntual en lo que ayudar.

De todas formas, no pudo evitar quedarse parado en el umbral de la puerta después de cruzar miradas con Chifuyu, dándole a entender que se quedaría, pero incapaz de hacer nada más, ni siquiera entrar.

—¿Te vas a quedar ahí parado? —comentó el dueño de casa, en un intento fallido por bromear. La sonrisa que tenía en mente no hizo más que asomarse con timidez y retraerse de inmediato.

El ProfeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora