16. Don Satur y las entradas

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Keisuke sorbió y, de inmediato, puso cara de asco.

—Está frío esto —miró detenidamente el mate en su mano—, y lavado —sentenció.

—¿Otra vez? Me parece que no te voy a dejar tocar más el mate, se te lavan al toque —Chifuyu era implacable después de unas cuantas horas de concentración y ritmo acelerado.

Sorbió en el camino a la cocina, sólo para cerciorarse. —Daaale, no está tan frío esto —provocó, fingiendo reproche con una sonrisa que Baji no veía.

—Callate, ya sé que te estás riendo.

Chifuyu soltó una risita.

Llevaban semanas en esta nada significativa, este algo sin sentido.

—Igual —retomó—, ahora que frenamos un poco, veo que venís re bien, ¿eh? El repaso te está viniendo de diez, es más; ya casi terminamos y, mirá, todavía faltan como dos semanas para los exámenes.

—Ni me lo recuerdes... —murmuró Baji, ignorando deliberadamente el dejo de orgullo en la voz del otro. Aunque sí lo registró mentalmente.

Chifuyu decidió apoyarse sobre la mesada mientras observaba, a través del desayunador, cómo Baji se masajeaba la sien derecha con el dedo índice. Puro estrés.

Suspiró con todo el sigilo posible, y los recuerdos lo azotaron. En las últimas semanas siempre lo hacían, y duraba una milésima de segundo, pero alcanzaba para ruborizarlo con delicadeza.

Su mente reproducía con realismo la sensación de las manos de Baji sosteniendo su rostro, besándolo con brusquedad, luego suavemente, luego brutal otra vez. Recordaba los gemidos ajenos resonando dentro de su propia boca, provocados por la urgencia de desnudarlo aún más, la sabida inminencia del contacto piel a piel, la sensación de que aquello recién empezaba y que el aire parecía susurrar "¡Al fín!" en sus oídos, una y otra vez, sin parar.

Todo ocurría en un parpadeo, y a estas alturas, Chifuyu había adquirido la costumbre de no inmutarse cuando estos recuerdos lo abofeteaban en el momento más inoportuno. Para Baji, o cualquiera que lo mirara, bien podría estar pensando en animales, en algún texto académico, en la terrible suba del precio de la yerba, o simplemente en nada.

Baji no podría imaginar que la imagen de su cabello negro flanqueando su rostro asaltado por la lujuria aún acechaba a Chifuyu en cualquier momento, cuando hablaban de cualquier cosa.

Y, ciertamente, ellos hablaban de cualquier cosa.

Cualquier cosa, excepto esa noche.

—Escuchame... —comenzó Keisuke, como iluminado de repente. Chifuyu fingió no darse cuenta de que, un segundo antes, Baji lo observó de reojo con el sigilo de quien no pudiera permitirse esa mirada— no quedaron más bizcochitos, ¿no?

—Ahhh, creo que no —Chifuyu volteó a revisar la alacena.

Baji aprovechó el momento y robó algunos segundos más para apreciar la figura de Chifuyu, tragando con dificultad la totalidad de sus deseos.

—Voy un toque a comprar, así frenamos y merendamos tranqui, ¿te parece? —se puso de pie un poco más brusco de lo normal, tan sólo apenas.

Chifuyu asintió y se encargó del mate, y no fue hasta que escuchó la puerta cerrarse que liberó la tensión en sus hombros. No sabía cuánto tiempo más aguantaría la proximidad de Baji, y de alguna manera agradeció que sólo les quedaran dos semanas. Vendrían los exámenes, y luego no tendrían más razones para verse tan seguido, ni para que el corazón de Chifuyu se desgarrara a una velocidad arrasadora con cada día que pasaba.

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