9. Los Cuatro Fantásticos

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La noche se cernía poco prometedora sobre un muchacho que deambulaba solitario por la vereda.

Kazutora tenía momentos así, donde la ansiedad con la que convivía desde hacía años tocaba a su puerta y lo obligaba a buscar desesperadamente un momento de soledad.

Una caminata, un cigarillo y aire fresco. Eso era todo lo que necesitaba.

Había acordado juntarse con los chicos más tarde, en una reunión urgente y probablemente planificadora, dados los eventos recientes con respecto a Kokonoi e Inui.

Pero Kazutora ya estaba fuera, con el subidón de energía que siempre reinaba en la posteridad de sus ataques de ansiedad, así que consideró que bien podría llegar antes al bar, tomar algo, tranquilizarse y esperarlos allí. Su teléfono y su cabeza tenían batería de sobra.

Al llegar al lugar notó que estaba muy concurrido. Demasiado. No tardó mucho en darse cuenta de que había unas cuantas promociones aquel sábado a la noche, y descartó la pequeña esperanza que tenía de calmarse sin la ayuda de un trago.


Más temprano aquel día, tras salir de la ducha, Ran se probaba distintas prendas de vestir frente al espejo de la desordenada habitación que compartía con su hermano.

—¿Qué hacés? —inquirió Rindou, sin despegar los ojos de la pantalla de su computadora.

—Nada... mmm... ¿y si...? —divagaba el más alto frente al espejo, pensativo, mientras barajaba las posibilidades.

Rindou aguardó con una paciencia que parecía ilimitada, y probablemente lo fuera.

—Estuve pensando en Souya —concluyó Ran, a la vez que se le dibujaba una leve sonrisa traviesa en el rostro. Rindou no la vio, y aún así la imitó inconscientemente.

—Estuvieron charlando boludeces, el pibe es copado y todo, ¿pero no te parece que no está interesado? —aventuró dubitativo, mientras aún seguía concentrado en su trabajo. La multiplicidad de tareas se le daba bien.

—¡Ese es el tema! No lo conocimos lo suficiente, es medio difícil de descifrar, ¡me encanta! ¿A vos te gusta?

Rindou suspiró. —La verdad que sí, pero el chamuyero sos vos, ¿qué se te ocurre?

—Mmm, esperame un segundo.

A medio vestir, Ran se dejó caer boca abajo sobre la cama, disponiéndose a revisar algo en el teléfono. Rindou tenía que terminar aquel diseño cuanto antes, pero sus pupilas se empecinaban en desviarse en dirección a los muslos descubiertos del otro. Por alguna razón, la luz de su habitación siempre resaltaba sus curvas, apenas pronunciadas, pero lo suficiente.

—¡Mirá! Hay un bar que tiene promos hoy a la noche —Ran se incorporó para quedar sentado en la cama, frente a Rindou—, ¿vamos?

—Nooo, no. Ni en pedo. Tengo que terminar esto antes del lunes...

—Daaale... —ronroneó el otro, acercándose a la silla. Atravesó una pierna por sobre el regazo de Rin, eclipsando el monitor de la computadora con su torso envuelto en una camisa abrochada a medias, y adornando la imagen con un atisbo del tatuaje de calavera que ambos compartían.

Rindou suspiró de frustración, más por la acumulación de veces que su hermano lo convencía con tanta simpleza, que por la obstrucción del trabajo en sí. Recorrió con el tacto los muslos que ahora lo rodeaban.

—Posta lo tengo que terminar hoy...

—¿Mañana? —Ran deslizó suavemente sus manos, moviéndolas desde los hombros ajenos hasta sostener su cuello con dulzura.

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