24. El Último Viernes por la Noche

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La tarde, inusualmente calurosa para ser mediados de agosto, presagiaba una buena salida.

Hajime Kokonoi estaba de pie frente al espejo, arreglando una y otra vez el cuello de su camisa, como si no estuviera perfecto, como si no fuera una tonta excusa para ignorar sus nervios.

Sabía a dónde iría la conversación. Al mismo tiempo, lo que había sufrido y lo que había estado a punto de perder le impedían tener seguridad. Tanta duda era impropia de él, pero aún sentía el dolor de la herida que le causó ese tiempo alejado de Inui.

Su vista a futuro se nubló, y se preguntó qué haría con esa dependencia suya.


Seishu Inui llegó treinta minutos antes. La anticipación lo dominaba, y la impaciencia se apoderó de él. Si de él dependiera, se abalanzaría sobre Koko, le diría sus sentimientos en dos palabras y le daría el beso más desesperado que pudiera existir.

Pero debía tomárselo con calma. Era conocedor de lo despistado que había sido, de las tonterías que había creído, y de la forma estúpida en la que, inconscientemente, se había convencido de cosas y había ignorado otras, sólo para que nada se arruinara.

No tenía idea de cómo podría recompensar tantos años equivocado, y tanto daño que le había causado a la persona más importante que tenía. Pero algo debía intentar, y sentía que debía ser cuanto antes.

De todas formas, había también intranquilidad en su corazón cada vez que pensaba en la mesura y la distancia con las que Koko había comenzado a tratarlo desde aquella "tregua". Ese, ciertamente, no era el Kokonoi que conocía.

De pronto, su corazón se aceleró y su cabeza fue ocupada únicamente por las alarmas que sonaron al ver que su mejor amigo entraba por la puerta del café. El sol hacía que su cabello deslumbrara, y el viento había movido algunos mechones de su lugar. Estaba radiante.

—¡Hola! ¿Todo bien? ¿Hace mucho que estás esperando?

Koko había llegado quince minutos tarde, y a pesar de la impaciencia de Inupi, este no tenía ni una pizca de reproche.

—Nah, no mucho. Pedí dos cafés y un waffle para compartir, hace cinco minutos igual, ¿te parece bien?

A Kokonoi se le iluminaron los ojos, e Inupi rió. Aquello bastó para disipar una parte considerable de la tensión que ambos tenían, y que al mismo tiempo notaban en el otro.

—Bueno —comenzó Koko, aún sonriendo— ¿De qué querías hablar?

Seishu pensó que quizás no tendría que hacer tanto trabajo guiando la conversación. Tal vez no era el único que sentía impaciencia, y se preguntó si, a lo mejor, a su compañía también le dolería el estómago tanto como a él.

—Bueno... vos sabés que no se me da bien hablar... —comenzó, más avergonzado que nunca, pero la sonrisa conocedora que recibió como respuesta le dio un poco de fuerza para seguir— La cosa es que necesito pedirte perdón. De verdad.

Inupi observaba sus manos entrelazadas sobre la mesa, intentando no enfocarse en el rostro que ya no sonreía frente a él. ¿Se había nublado de repente?

Carraspeó y continuó. —El beso que nos dimos cuando éramos chiquitos... supongo que no era para tanto, o eso supuse toda la vida. Supuse que seguir dándole importancia era una chiquilinada, y que también lo era pensar que te gustaba mi hermana. Éramos nenes... y desde entonces yo supuse, y supuse... y no. No tendría que haber supuesto nada.

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