8. Algo Infantil

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Mientras Inui sostenía el teléfono junto a su oreja, los chicos vieron cómo sus ojos se abrían un poco más. Emitió una réplica breve, cortó la llamada y fue a buscar el casco y su abrigo.

—Ken, me tengo que ir, creo que Koko no está bien. Termino y vuelvo a ayudarte —sugirió de mientras.

—Ni ahí, hermano. Quedate el tiempo que necesites, acá con Baji terminamos tranqui —respondió Draken.

—Eso. Ni te preocupes, vos andá.

Inupi observó agradecido a Draken y Baji. Se retiró tras saludar también a los visitantes, y al cabo de pocos minutos ya había llegado a su casa.

—No... noo... yo lo espero acá... —oyó decir a Koko, sentado en la vereda. A esta altura, parecía que Akane se había resignado a intentar hacerlo pasar, y le planteaba nuevamente la sugerencia desde la entrada de la casa. Al ver llegar a su hermano, se sintió aliviada y dejó la puerta entreabierta, volviendo a sus asuntos y dándoles privacidad, si es que una conversación en la vereda precedida por un borracho escandaloso podía tener algo de privacidad.

—Eu, ¿qué te pasó, amigo? —inquirió Inupi mientras bajaba de la moto, para luego acercarse e intentar ayudarlo a ponerse de pie. Ignoró la punzada de dolor adicional que sentía por estar viéndolo mal; ya se había acostumbrado a preocuparse como amigo y como alguien que tenía sentimientos, y lo segundo podía barrerlo debajo de la alfombra sin mucho problema.

Koko comenzó una risita juguetona al verlo, pero cuando intentó acercarse, su expresión se ensombreció de repente. —Soltame, soltame, p-puedo solo...

—No, boludo, no podés —Inupi vio los ojos de Kokonoi, hinchados de tanto llorar, y algunos tenues rastros de lágrimas en sus mejillas. El dolor se intensificaba y ya costaba ignorarlo. El contraste de este Koko con el que estaba acostumbrado a ver era devastador.

—¡Soltame, te dije!

La respiración de Inui se detuvo ante esta reacción abrupta.

Y la tolerancia de Koko se había agotado unas horas atrás.

No había una razón puntual para que, la noche anterior, Koko se acostara a dormir llorando. Hacía algunos años que sus noches llenas de lágrimas no tenían ningún disparador en particular; eran el efecto secundario del dolor que lo acompañaba desde que tenía memoria. Tenía experiencia en llorar dos, tres veces por semana, asegurándose de que nadie lo viera, ni se enterara, ni sospechara. Era muy consciente de que la cercanía a Inupi bajo el simple título de "amigo" lo destrozaba poco a poco, día tras día, pero no estaba dispuesto a alejarse. Hacía tiempo ya que había decidido clavarse las espinas necesarias para permanecer cerca de aquella rosa.

A veces se enfadaba con él por no verlo de la forma en que quería, pese a sus esfuerzos. Otras veces, aceptaba la realidad y se repetía "mientras él sea feliz..." como un mantra, sin molestarse siquiera en completar esa frase. En ocasiones diferentes, le abría paso a la desesperación, a la profunda tristeza y la impotencia que sentía al ver que, muy a pesar de su personalidad extrovertida, cuando llegaba el momento de considerar hablar las cosas con Inui, el miedo profundamente arraigado de que se aleje de él era la sensación que tomaba el control, y el pánico le cerraba la garganta. Hablar las cosas no parecía ser una posibilidad.

Sin embargo, todas las mentes llegan a su límite, y el llanto de Koko la noche anterior había sido el último que soportaría dejando las cosas como estaban. No se decidía si estaba enfadado con Inupi, consigo mismo o con qué, exactamente, así que había optado por echar a patadas su sentido común, aunque fuera por unas horas.

Se había embriagado con todo lo que tenía a su alcance un sábado al mediodía, olvidando por completo que debía buscar a Inupi por la tarde en el taller, como todos los sábados. Y así había terminado en su casa, insistiendo en verlo, incluso cuando Akane repetía una y otra vez dónde se encontraba su hermano en realidad.

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