Hakkai se preguntaba cuántas veces más se perdería yendo a la casa de los Kawata antes de aprenderse el camino.
Habían sido amigos durante casi toda su vida, así que visitarlos no habría sido un problema si ellos no se hubiesen mudado hacía tan poco tiempo.
Las calles de esa zona eran algo confusas, y a él siempre le costaba admitir que también había sido muy mimado por Yuzuha, su hermana mayor, de modo que manejarse sólo no era precisamente su fuerte. Pero lo intentaba.
Tras avisar vía mensaje que llegaría un poco más tarde de lo estipulado, decidió pasar por alguna panadería a comprar algo para compensar a los chicos.
Mientras caminaba se regañaba mentalmente. En el fondo sabía que no se había perdido sólamente por ser despistado; también había estado distraído pensando en alguien.
Quizás la frase "amor a primera vista" sonara casi imposible y por demás empalagosa, pero no lograba sacársela de la cabeza ni encontrar otra forma de describir esa sensación. Para colmo, ni siquiera podía contentarse con la comodidad de saber que no volvería a verlo jamás, ya que era parte del grupo de Baji, y todos sabían que a Chifuyu le gustaba. Era inevitable volver a encontrarse con él.
Mientras comprobaba otra vez el mapa para llegar a destino, captó con el rabillo del ojo que más adelante había alguien colocando un cartel en la vereda. Hakkai lo miró, se acercó y al leerlo, vio que pertenecía a una confitería. Se veía tranquila, tenía mesas en la parte de adentro, y un único empleado en el mostrador, limpiando.
El aura del lugar le transmitió paz, y Hakkai, distraído como era, decidió entrar y ver si a lo mejor podía encontrar allí algo que llevarles a los gemelos.
Al abrirse la puerta sonó una campanilla suave, y la atención de Hakkai se concentró en la decoración: una mezcla sutil y armoniosa de plantas y cuadros con imágenes de prendas de vestir, tanto fotografías como bocetos. El aroma a café recién hecho energizaba sus divagues, y se distrajo con la forma en la que el sol resaltaba el verde vivo de las plantas.
—Buen día, ¿cómo va? Veo que te gusta la decoración.
Hakkai salió de su trance al oír esto, y cuando posó la mirada sobre su nuevo interlocutor, su teléfono celular se deslizó de entre sus dedos, directo al piso. Y ni siquiera lo notó.
—Bueno, parece que viste un fantasma... —rió el chico, al tiempo que salía de detrás del mostrador para ofrecer ayuda. —¿No le pasó nada a tu celular?
—¡Ah! Ah, sí, no, perdón... —se agachó torpemente a levantar el teléfono, milagrosamente intacto, deseando que se lo tragara la tierra.
—Se ve que es una mañana muy de domingo —bromeó el muchacho. —¿Sabés qué...? Te iba a venir a saludar, pero ahora estoy dudando. Vos te acordás de mí, ¿no?
Era imposible no acordarse.
El chico continuó hablando. —Soy uno de los amigos de Baji, Mitsuya. Nos vimos el viernes, decime que te acordás y que no estoy quedando como un boludo...
Era totalmente imposible no acordarse. Y para colmo, Hakkai estaba descubriendo en este brevísimo intercambio que el amigo de Baji era suelto y sociable, transmitiendo increíble calma e invitando sutilmente a conversaciones interminables.
—Sí, sí, obvio, me acuerdo, sí —replicó Hakkai, esforzándose penosamente por no dejar que su tono de voz delatara sus nervios.
Mitsuya no era tímido, pero tampoco se consideraba demasiado confiado, "lanzado" como diría Draken refiriéndose a Koko. Se podía definir como tranquilo, contando con la dosis justa de confianza que le proporcionaba la determinación y la mesura que lo caracterizaban. Sencillo y sin vueltas.
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El Profe
De TodoBaji, fiel a su principio de no creer en el amor, se desconcierta al descubrir que no puede olvidar al rubio de ojos celestes que conoció una noche. Cuando el universo, casi como una burla, lo vuelve su profesor particular, acaba atrapado entre su e...