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"Se amable, porque todos los que conocen están luchando una batalla más difícil"

—Platón.




No entendía que estaba pasando, su mente bloqueada le impedía procesar el terrible escenario que vivió hace tan solo minutos atrás. El corazón latiendo fuertemente contra su pecho apunto de salirse del susto y el miedo que le provocaron las explosiones mismas que aún las escuchaba repetirse una y otra vez en su mente mezcladas con el incesante sonido de las sirenas a la lejanía en un son terrorífico y traumático para su ser. Sus tímpanos zumbaban insistentemente en sus oídos haciendo que los sonidos fueran menos audibles pero molestos e irritantes grabados en su cerebro que no dejaba de reproducirlos manteniéndolo cohibido y asustadizo por todo lo que le rodeaba. Ante sus propios pasos al caminar.

La confusión y el miedo reinaba su cuerpo impidiéndole avanzar con la misma rapidez que aquel hombre que lo saco de la mansión, quién podría intuir era el hombre más peligroso y temible del mundo pero siendo el mismo que le salvó de morir en esas explosiones, esas explosiones de las que jamás olvidaría.  Su cuerpo temblaba y no por el frío sino de lo asustado y mal que se encontraba, ni siquiera podía mantenerse en pie correctamente sin sollozar y querer caer sobre la acera, la gente a su alrededor no les prestaba atención porque en su mayoría estaban más preocupadas y asustadas por las explicaciones y el incendio abismal que se desató por toda la cuadra.

El tráfico se convirtió en un túnel sin salida apesar de ser ser una calle secundaria, todos los negocios tenían los vidrios rotos por la onda expansiva y algunos heridos yacian tendidos en la acera esperando ser atendidos por los paramédicos, los niños lloraban al igual que algunas personas mayores que nunca se imaginaron vivir eso:  asustados y con pánico.

— Muévete.— se estremeció ante la orden de aquel hombre que guiaba el paso a quien sabe dónde, sus pies dolían al igual que todo su cuerpo al estamparse con el cemento de la calle, descalzo, desnudó y apestando a drenaje.

Una camioneta negra se detuvo de golpe frente a ellos apenas salieron de la calle en qué salieron, retrocedió de miedo pensando que los querían matar al abrirse y de ella salir dos hombres con ropas negras, pasamontañas y armas largas en las manos.

Busco al hombre que lo guiaba con miedo buscando auxilio al mirarlos acercarse con rapidez a ellos, quiso correr y gritar por ayuda pero no tuvo tiempo de ello al darse cuenta de que no le harían daño.

— Señor, debemos irnos. Ahora.— miró atónito como el hombre que lo salvo subía subía a la camioneta siendo seguido por esos dos hombres.

— Bien, vamos no debemos perder más tiempo.— se quedó confundido no sabiendo si debía seguirlo o quedarse ahí y arreglárselas como pudiera al verse solo. Esos hombre fueron por su jefe no por él por lo que no sabía cómo sentirse.

— ¿Piensas quedarse ahí? — negó con la cabeza avanzando a la camioneta.

Los hombres encapuchados lo empujaron del hombro apresurando su caminar, la urgencia era evidente en todos los presentes.

Apenas se adentró noto la presencia de más personas en el interior.

— Tenemos que darnos prisa, ya vamos retrasados y todo el mundo está alterado con las explosiones — se encogió en su cuerpo aferrándose a la toalla y al saco alrededor de su cuerpo, sintiéndose observando y vulnerable a la presencia de aquellas personas.

— Si señor.— la voz de una mujer se hizo presente obligándolo a permanecer en silencio y sin siquiera moverse al darse cuenta de que ese hombre era el dueño de la mansión hecha ruinas y del mismo que manejaba a todos esos hombres.

El dueño de su vidas y libertad. Sabía que no debía mirarlo al rostro y lo había hecho contradiciendo la regla más importante que le impidieron pero con lo ocurrido y el miedo en su cuerpo no lo recordó y en su memoria no quedó en rostro de ese hombre. Todo había pasado tan rápido y de forma cautica que no recordaba su rostro, pero la voz era inconfundible. Su voz la recordaba perfectamente.

Misma voz que ya había escuchado más de una vez y en momentos inesperados como aquella noche en la que ese hombre entro a sus habitaciones. El terror se apoderó de él al concluir que en todo ese tiempo ese hombre siempre estuvo entre las sombras de la noche colándose sin que nadie se diera cuenta, por qué esa fue su intención. Pasar desapercibido sin que nadie se diera cuenta de su presencia en la mansión. Ahora todo era claro.

Pero no podía decir algo al respecto.

No sabía a dónde se dirigían pero la velocidad de la camioneta una por arriba de los ciento ochenta, dejando atrás todo, sentía la velocidad pero no lograba ver nada, ni siquiera se atrevía a alzar la mirada por miedo a mirar algo de lo que no tenía permitido.

Nada.

Se percató que eran seis personas las que iban dentro entre ellas una mujer, más a parte el chófer y tal vez el copiloto. 

No entendía nada de lo que sucedía pero no era nadie para preguntar al respecto ni siquiera a respirar el mismo aire que las personas de su alrededor.

El ambiente pesado y cansado de todas las emociones y acciones del día y los anteriores se hicieron presentes, simplemente quería desaparecer, morir y dejar de pasar por sucesos que no se merecía.

Quería dejar de vivir y tal vez descansar de tantas situaciones complicadas a las que se vio obligado a presenciar. Con su tío vivió un infierno y estando bajo al poder de ese hombre estaba pasando por otro igual, lleno de sucesos mortales de los que en algún momento amaneceria tirado por algún callejón con una bala en la cabeza.

¿Qué hizo para sufrir todo eso?

¿Por qué le pasaban todas esas cosas a tan corta vida?  Era joven como para haber pasado por tantas cosas.

Cansado y con el miedo en su cuerpo se quedó dormido aferrándose a la toalla tambaleándose de vez en cuando al son de los movimientos de la camioneta.

Un viaje demasiado largo.

AGUST-D. (Yoontae)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora