Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer,y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera.
—Camilo José Cela
Su cuerpo temblaba como una hoja de papel a la deriva del viento mientras sus manos estaban sudorosas y doloridas por el esfuerzo y las esposas en sus muñecas, sentía que ardían y le cansaban al mismo tiempo.
Como desgarrando lentamente sus brazos.
Mientras su cabeza dolía ante el constante repiqueteo de unos tacones contra el piso, amartillando sus tímpanos y causando escalofríos en todo su cuerpo.
Lo último que recordaba era el mal oliente olor a orina y putrefacción que salía del cemento del callejón aquella noche, había perdido ya la noción del tiempo que llevaba ahí.
¿Un día?
¿Tres días?
¿Una semana?
No lo sabía.
El tiempo parecía no existir y lo único que podía hacer era callar y obedecer a aquella mujer que le ordenaba quedarse quiero, no hablar, no moverse y no olvidar las reglas, trataba de recordar que había sucedido pero lo único que a su mente llevaba era la lámpara amarillenta colgando de un poste de luz sobre su cabeza mientras esperaba a su amigo; un joven vagabundo con el cual se había encariñado meses atrás y después nada,..todo se había vuelto negro y confuso.
Hasta ese momento que despertó amarrado de pies y manos, con los ojos vendados, trató de gritar y hacer que lo soltarán pero nada recibió a cambio.
No comprendía absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo.
Tenía miedo.
Terror.
Incertidumbre.
Dolor.
Pánico.
Quería saber que le estaba pasando, dónde o quién lo tenía y porqué a él.
¿Su tío era el culpable de su dolor y desesperación?
¿Había sido tomado como rehén?
En sonido de los tacones se detuvieron a unos pasos de donde estaba provocando que inconsciente se encogiera en su lugar y que sus manos dolieran más al estar contra la pared.
Percibió el sonido ensordecedor del silencio aún más aniquilante que el de los tacones lo que hizo que su respirar se acelerará aún más mandando una sensación de miedo a todo su cuerpo.
—Soltare tus manos.— La voz de una mujer resonó en sus tímpanos causando que juntara sus piernas siendo el sonido de cadenas resonar a su son.
El aroma a perfume de mujer golpeo sus sentidos olfativos causándole pánico y desesperación.
— No se te ocurra hacer algo estúpido. — asintió en señal de entendimiento cuando amenazo la misma voz femenina, sus manos dolían por las esposas y los nada delicados movimientos que aquella mujer hacia al quitárselas.
Su corazón bombeó contra su pecho frenéticamente, al punto de escuchar sus propios latidos cuando sintió alivio en sus manos al ser liberadas.
— Antes de quitarte la venda de tus ojos, es vital que comprendas las reglas básicas de supervivencia, tú mismo decides tomarlas o dejarlas, pero tienes que tener en cuanta que si no las acatas regresarás al mismo lugar en que estabas anoche... con la diferencia de que esta vez será con un hoyo en la cabeza. — tembló en el proceso, sus lágrimas y temor se hicieron presentes más fuertes que nunca, su cuerpo tembló y sintió sus lágrimas bajar rápidamente de sus mejillas.
Movió la cabeza dando a entender que comprendía aquello.
— Bien, sabía decisión. — los tacones volvieron a sonar informándole que aquella mujer estaba moviéndose a su alrededor.
Trató de no asustarse pero no logró nada, la amenaza estaba ahí.
Su cerebro le gritaba que estaba en grave peligro.
Que debía salir de ahí.
Que nada bueno estaba por ocurrir.
—Primero; ¿Sabes porqué estas aquí? — negó lentamente mientras trataba de sobar sus muñecas. — Debería darte gusto saber que fuiste el elegido y sacado de las calles para trabajar para nuestro señor. — volvió a sentir más cerca y fuerte el perfume.
No era molesto.
Era suave, fresco y floral pero algo fuerte pero no molesto.
Como entre caoba y flor de loto.
—A partir de mañana vas a servir para nuestro señor, te encargarás de guardar, cambiar y trasladar unas cajas que llegarán a primera hora. Tú trabajo va a ser ese por el momento y por lo que estas aquí. Segundo; no puedes, ni debes por ningún motivo alzar el rostro cuando el señor se encontré en la casa, caminarás con la mirada en el suelo y la podrás alzar sólo cuando el señor no se encuentre en el alrededor. Tres; Cuando el señor te diga que alces el rostro jamás, jamás lo harás, sin importar qué. No importa si te amenaza o grita no lo harás nunca. A menos que yo te lo autorice por órdenes del señor. Cuatro; lo que veas, escuches o presencies lo olvidarás, harás como si no hubieses visto o escuchado nada. Si llegases a cometer un error por mínimo que sea nunca saldrás de aquí para contarlo. Cinco; debes hacer todo lo que el señor te diga, excepto mirarlo al rostro, no importa que o a que hora lo pida. Seis; a partir de ahora esta casa será el lugar en el que vivirás, dormiras y comerás las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Siete; nadie esta permitido salir o entrar a este lugar y si al guíen lo intenta no recorrerán ni dos metros cuando una bala atreviesen sus cráneos. Los guardias tienen autorizado disparar a matar a quien salga o entre de la casa sin autorizar previa.
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AGUST-D. (Yoontae)
FanfictionDesde Asía, Europa y América su apodo es susurrado entre las calles de los barrios pobres, entre las bocas de los personajes más importes del mundo; desde políticos, religiosos y empresarios. Nadie ha visto su rostro y los que alguna vez se atrevie...