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"El vino es el amigo del sabio y el enemigo del borracho. Es amargo y útil como el consejo del filósofo, está permitido a la gente y prohibido a los imbéciles. Empuja al estúpido hacia las tinieblas y guía al sabio hacia Dios."

 — Avicena





Sus pies dolían por el esfuerzo y tiempo que llevaba de pie, un largo y extenso tiempo sin descanso, los zapatos nuevos apretaban los dedos de sus pies con demasiada fuerza que sentía los estaba asfixiando, torturando lentamente que sentía moriría pero no podía quitárselos ahora, no tenia el tiempo ni el permiso para hacerlo. No era correcto hacerlo teniendo su vida en un hilo.

Debía servir y entregar las bebidas de todos los invitados del señor, sinceramente les faltaban manos, ellos tres no se daban a basto con ello ni con la comida que también tenían que llevar hacia el jardín trasero, entre cada ida y vuelta pareciera que el recorrido se alargaba más y más, sus pobres compañeras estaban igual de cansadas que el pero no podían hacer nada contra ello.

Los invitados no eran muchos pero si exigentes, cada uno pidiendo bebidas que jamás en su vida había escuchado ni probado y otros queriendo consumir botellas completas, no los había visto ni de reojo pero sabia que eran de la alta elite, llenos de joyas y trajes caros. Absolutamente todos, con demasiado dinero y poder dentro del país y del extranjero como el hombre que había llegado en helicóptero, dos para ser precisos. Solo podía ver su reflejo en el brillo de sus zapatos o en los tacones de las damas que también estaban allí haciéndoles compañía. Desconocía si eran de compañía o sí eran del mismo grupo que el dueño de la casa.

Con rapidez tomo la charola entre sus manos y siguió su recorrido de salida al jardín siendo seguido por Yerim quien imitaba su acción, a ambos les toco transportar los platillos que los invitados comerían, la charola enorme en sus manos solo transportaba una langosta enorme, rodeaba de rodajas de naranjas y otros vegetales que no conocía, la gran mayoría de la comida que seguía y había transportado no era de su poco conocimiento, totalmente desconocida, desconocía de ella y podía asegurar que muchos de esos platillos eran extranjeros.

Un chef de alto renombre estaba dentro de la cocina de esa casa, había escuchando aquella información de la madam a uno de los invitados, pero no reconoció ese nombre, ciertamente no conocía nada de eso, la vida que llevaba en casa de su tío le había negado conocer cientos de cosas de la sociedad y de su alrededor; dejó la escuela desde que sus padres murieron aislando lo de todo lo poco que pudo conocer, dejo a sus amigos, su demás familia y conocidos, todo. Jamás volvió a ver la vida de la misma forma desde que su tío se hizo cargo de él, desde que se lo llevó prisionero y esclavo lejos de sus abuelos, hubiese preferido que fuera mandado a un orfanato a tener que vivir y presenciar todas las atrozidades que vivió y experimento, sombras pesadas que aún se hacían presentes en sus sueños por las noches y que lo atormentaban al punto de robarle el descanso que deseaba.

La soledad y el silencio del lugar al que había sido encerrado era más fuerte que su espíritu, convirtiéndolo en un fantasma deambulante por los pasillos y el jardín verde de la casa, una casa enorme y demasiado espaciosa que podía albergar dos helicópteros, más de dos docenas de autos y cientos de guardaespaldas que protegían y resguardaban al hombre poderoso que allí vivía. 

Alguien al que no conocía, ni mucho menos sabía su nombre, algo que quizás nadie dentro o fuera de esa propiedad sabía. Todos temían por su llegada y presencia que lo esquivaban a propósito para no incitar a su pronta huida de este mundo terrenal, la única persona que atendía personalmente al señor era la madam de la casa, nadie más y creía ciegamente que todos dentro de la casa estaban bien con eso, especialmente él, entre menos supiera o tuviera contacto con ese hombre era mejor y su vida estaría un poco más segura.

Detuvo sus pasos al llegar junto a la madam de la casa para entregar el platillo.  Espero a que fuera tomada de sus manos, que después sucedió, no era sordo y podía escuchar con claridad las conversaciones de los presentes; claras y algo confusas para él porque nada de lo que ellos decían lo lograba comprender, especialmente la charla de un hombre que parecía absorber toda la tención de los presentes. Hasta él mismo trataba de escuchar su voz; una voz gruesa, varonil, firme y sin titubeos, con un acento extranjero que no pasaba desapercibido para nadie. Cada palabra dicha por ese hombre hacia que uno se detuviera a escucharlo aunque no entendiera nada.

Sirvió más vino a cada presente con cuidado de no cometer un error que le costará la vida y tratando de poner algo de atención a la conversación que reinaba en el lugar apesar de tener prohibido hacerlo, porque le era imposible no escuchar a ese hombre hablar de manera magistral, de un mundo que desconocía completamente y del que jamás había escuchado. Su voz varonil y gruesa tendía de un hilo entre la elegancia, seguridad y firmeza y la coherencia y autoridad.

Algo confuso pero imnotizante.

Percatandose de que la botella que tenía en sus manos era de la cual estaban hablando, un vino propiedad de ese hombre y que pertenecía a las mismas cajas que él había transportado días tiempo atrás. De las cuales creyo que se trataba –hasta ciertamente punto– de drogas o armas, jamás le pasó por la mente que se tratará de vinos.

— .. Zuccardi Valle de Uco, tienen que visitarlo, el mejor viñedo del mundo.— escucho algunas risas seguirle a la recomendación de aquel hombre con acento extranjero, acción que le dió oportunidad de apresurarse a llenar la copa a uno de los demás invitados.

Retrocedió con lentitud sin darse la vuelta solo manteniendo la reverencia de noventa grados evitando ver a alguno de los presentes. No debía ni tenía permitido mirar a nadie de lo invitados del señor.

No supo cómo o de donde apreció uno de esos hombres cruzandose en su caminar en reversa provocando que tropezara con aquella persona mandandolo de rodillas al suelo y en conciencia también la fina botella de vino que sirvió momentos antes,  sintió su corazón detenerse al darse cuenta del grave error que había cometido, sentía su cuerpo temblar al ver sus manos rasposas y llenas del líquido color rojo manchar el lustre piso mármol, el dolor en sus rodillas y manos no importaba en esos momentos, nada sobre él era importante.
El silencio reino en el lugar, guiando todas las miradas sobre la escena que montó, lo sentía.

— Fue mi culpa, me disculpo.. — susurró con temor y verdadero terror en su ser al saber que las consecuencias no serían buenas para él, que recibiría un gran castigo después de eso. Que probablemente ese sería el último día en que vería el sol. Lo presentía.

— Debes tener más cuidado para la próxima vez.— reconoció la voz de la madam a sus espaldas apresurando lo a levantarse y salir de ahí cuánto antes, antes de que su cabeza rodará ahí mismo.

Se apresuró a obedecer yéndose de ahí inmediatamente por miedo y temor a lo que le pudiera sudecer, una escena de esa magnitud no tenía perdón viniendo de un don nadie como él.
Los latidos contra su pecho latían desbocados acompañando el miedo que lo estaba consumiendo, el temor por su vida.

Los errores no eran recibidos ante la presencia del señor de la casa. Ni ante ninguno de esos hombres y mujeres presentes ahí.

Se vio refugiado entre las cuatro paredes de su pequeña habitación, cayendo de rodillas al sentir la impotencia que lo estaba consumiendo.

Tal vez esos eran los últimos respiros que daba en el mundo terrenal y quizás era lo mejor que le pudiera pasar, al final de cuentas no tenía nada, no tenía a nadie que se preocupara por él, no existía nadie que lo buscará o siquiera recordara su nombre y presencia.

Estaba solo.

Tal vez está era la oportunidad que se le presentaba para poder irse de este mundo y reencontrarse con sus padres en el cielo, en el lugar en el que ellos estuvieran.

AGUST-D. (Yoontae)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora