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"Nadie puede librar a los hombres del dolor, pero le será perdonado a aquel que haga renacer en ellos el valor para soportarlo."

Selma Lagerlöf

El frío de la noche caló en su cuerpo que débil y cansado se arrodillo sobre las maderas brillosas y limpias de lo que a partir de ese momento sería su hogar.
Un lugar oscuro, a pesar de tener ventanales enormes en vez de paredes que dejaban entrar a través de ellas la luz de los rayos solares durante el día, lúgubre; a pesar de que todo resplandeciera en blanco por las paredes y objetos de decoración, y fúnebre; a pesar de no haber presenciado un homicidio en el tiempo que estaba ahí, pero que incitaba a ello, por el silencio sepulcral que resonaba en cada pasillo, cuarto y habitación dentro de la casa.

Que dentro de ella, no se lograba escuchar ningún ruido, ni siquiera el de las sandalias contra el suelo al caminar o el del viento golpear las cortinas transparentes de las ventanas, nada y era aterrador.

Las muchachas que trabajan en la casa parecían fantasmas; no hablaban entre ellas ni con los demás, silenciosas al caminar por los pasillos de la enorme casa y pálidas por no salir al patio siquiera, siempre con pasos apresurados y silenciosos al avanzar,  con la mirada al suelo con cada paso desde el amanecer hasta el anochecer, como almas encadenadas a vagar sin otro destino, ahora su propio destino.

Desde que abrió los ojos al nuevo mundo al que había sido enjaulado su vida se vio reducida a eso, a despertarse antes de que los la brisa de la mañana terminara, dar se un baño rápido, desayunar en la cocina y después a acarrear las cajas del patio a la bodega y de la bodega a la cocina, las de madera una por una y con mucho cuidado, y las de cartón podía ser de dos en dos, como se acomodara, él solo, sin ayuda.

No sabía de qué eran o qué contenían dentro pero tenia que transportarlas, acomodarlas y estibar las perfectamente, ¿con qué fin? No lo sabía y tampoco quería saberlo. El miedo se apoderaba de él con solo sentir las miradas de los guardias sobre él que vigilaban la casa, al igual que la de los francotiradores que lo seguían en cada movimiento, lo sentía y le daba demasiados escalofríos.

Llevaba días con la incertidumbre y el miedo grabado en su ser pero no podía hacer nada contra ello, estaba en un lugar que no conocía, retenido dentro de una casa de máxima seguridad que entrar o salir sería una vil matanza, donde nadie lo conocía y tampoco valía nada su vida.

Concluyó hace dos días que habla sido confundido por su amigo el vagabundo aquella noche en que le fue a visitar y pretendía darle algo de comer, esos hombres que lo secuestraron creyeron que él era el vagabundo del poste, sin familia, sin beneficio para la sociedad, sin nadie que lo buscará o esperará por él y no era indiferente a ello. Tenía un 'hogar' al que llegar pero no era de él y no le gustaba, no tenía familia quién buscará y lo extrañará.

Vivía siendo el costal de boxeó de su tío y primo cuando estaban borrachos o simplemente por diversión.
Ahora estaba lejos y tranquilo, sin la incertidumbre de llegar a casa y ser recibido por golpes o insultos, ya no obedecía a su peligroso tío, ahora servía de cargador de cajas de un hombre poderoso del que no sabía su nombré y tampoco quería saberlo, ya no tenía que soportar las burlas y amenazas de ser vendido como prostituto a los bares gays de la mala muerte de la ciudad, ahora recibía amenazas de muerte si rompía una de las reglas de la madam de la casa.
Pero una de las cosas que extrañaría de vivir con su tío era el poder escaparse al parque de la ciudad, caminar libremente por las calles de la metrópoli, curiosear las prendas en las tiendas por donde transitaba o con los pocos wons que tenía comprar un helado o un refresco, eso sí extrañaría con todo el alma. Quien sabe cuanto tiempo le tomaría regresar a ello, tal vez mucho o quizás nunca más volvería a ver el cristal de los aparadores en las tiendas.

Quería ser libre.

Tomó las mantas que le habían asignado para Dormís y las destendio sobre la madera limpia de su habitación, un pequeño cuatro se tres por tres donde viviría, tal vez, el resto de su vida, como los demás empleados que ahí laboraban.

Su espalda dolía al igual que sus pies por cargar y caminar todo el día con las cajas en sus manos y el sol de techo.

Suspiró sobando sus píes por lo cansado que era caminar durante todo el día sin descanso, a acepción de la comida. Solo rogaba para que las cajas dejaran de llegar, otro día más y estaría muerto de los pies.
Perdió la cuenta de las cajas que ya llevaba cuando el sol se coronó en su punto, unas cajas pensaban muchos kilos y otras no tanto pero no estaba acostumbrado a esa actividad en específico.

Dejó de masajear sus pies y se acostó dispuesto a descansar, fácilmente podría dormirse con el silencio aniquilante y lo cansado que estaba pero dos toques fueron suavemente percibidos en la puerta asustando.

Nadie debía ni podía entrar a los cuartos de los empleados, lo tenían prohibido, para evitar problemas y cuchicheos.

Con miedo levantó la cabeza de la almohada y observó como una de las muchachas de la limpieza se metía sigilosamente a su cuarto.

— Lo siento, lamento despertarte. — susurro colocando un dedo sobre sus labios evitando que preguntara algo más.

Obedeció quedándose quieto y en silencio dentro bajo las mantas, escuchando nada. Pero siendo testigo de como la muchacha contenía la respiración y cubría su boca con sus propias manos evitando hacer ruido.

A los segundos lo escuchó, pasos acercar se con rapidez, fuertes y firmes, sin titubeos y los tacones de la madam de la casa le siguieron. Rápidos y ágiles casi corriendo por el pasillo.

Apretó las sabanas bajo su cuerpo teniendo miedo de que algo estuviera pasando.
Escuchó más pasos rápidos y pesados acercarse, como si fueran muchas personas corriendo o siguiendo a los dos primeros.

— ¡Lo quiero ahora y no importa lo que tengan que hacer! ¡Muevanse! — tembló al escuchar la voz ronca y fuerte resonar en todo el silencio de la casa, demasiado fuerte para su gusto y muy peligroso.
La muchacha que aún permanecía contra la pared opuesta de la puerta gimió de susto bajando lentamente contra la pared.

Sin moverse y con el corazón lamiéndole fuertemente contra el pecho permaneció despierto, haciendo se compañía en la oscuridad de su cuarto, mientras la muchacha seguía sin moverse mirando finamente la puerta.

Sabía que ella tenía miedo y el también como para moverse de su lugar.

Esperan, tal vez una hora, en silencio hasta que todo volvió a sentir se como antes, para que la muchacha saliera temblorosa de su habitación haciéndole una suave venía sin despedir se y él permaneció así.
Despierto toda la noche como la mayoría de empleados que habían escuchado los gritos de ese nombre.

AGUST-D. (Yoontae)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora